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En viaje (1881-1882)
Miguel CanГ©
Miguel CanГ©
En viaje (1881-1882)
MIGUEL CANÉ
NaciГі en Montevideo, en 1851, durante la emigraciГіn. EstudiГі en el Colegio Nacional de Buenos Aires y se graduГі en Derecho en la Universidad el aГ±o 1872. PerteneciГі al grupo de espГritus selectos que formГі la "generaciГіn del ochenta", en momentos en que la cultura argentina se renovaba substancialmente en el orden cientГfico y literario.
Su actividad fue solicitada alternativamente por la polГtica, la diplomacia y la vida universitaria; pero siempre se mantuvo fiel cultor de las buenas letras, con aticismo exquisito. Nadie pudo ser mГЎs representativo para ocupar el primer decanato de nuestra Facultad de FilosofГa y Letras, a cuya existencia quedГі para siempre vinculado su nombre.
IniciГі su carrera de escritor en "La Tribuna" y "El Nacional". En 1875 fue diputado al Congreso; en 1880 director general de correos y telГ©grafos; despuГ©s de 1881 ministro plenipotenciario en Colombia, Austria, Alemania, EspaГ±a y Francia. En 1892 fue Intendente de Buenos Aires y poco despuГ©s Ministro del Interior y de Relaciones Exteriores.
PublicГі los siguientes libros, que le asignan un puesto eminente en nuestra historia literaria: "Ensayos" (1877), "Juvenilia" (1882), "En viaje" (1884), "Charlas literarias" (1885), TraducciГіn de "Enrique IV" (1900), "Notas e impresiones" (1901), "Prosa ligera" (1903). Ha dejado numerosos "Escritos y Discursos" que pueden ser reunidos en un volumen tan interesante como los anteriores.
Con excelente gusto crГtico y ductilidad de estilo, cualidades que educГі en todo tiempo, logrГі ser el mГЎs leГdo de nuestros "chroniqueurs", igualando los buenos modelos de este gГ©nero esencialmente francГ©s. MГЎs se preocupГі de la gracia sonriente que de la disciplina adusta, prefiriendo la lГnea esbelta a la pesada robustez, como que fue en sus aficiones un griego de ParГs.
FalleciГі en Buenos Aires el 5 de Septiembre de 1905.
JUICIO CRГЌTICO DE ERNESTO QUESADA
Tarde parece para hablar del libro del Sr. Miguel CanГ©, resultado de su excursiГіn a Colombia y Venezuela en el carГЎcter de Ministro Residente de la RepГєblica Argentina. Hoy el autor se encuentra en Viena, de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de nuestro paГs cerca del gobierno austro-hГєngaro. HabrГЎ quizГЎs extraГ±ado que la Nueva Revista de Buenos Aires haya guardado silencio sobre su Гєltimo libro, tanto mГЎs cuanto que – ВЎrara casualidad! – a pesar de ser el seГ±or CanГ© conocidГsimo entre nosotros, jamГЎs lo ha sido, puede decirse, sino de vista por el que esto escribe. Y eso que siempre ha tenido los mayores deseos de tratarle personalmente, por las simpatГas ardientes que su carГЎcter, sus prendas y – sobre todo – sus escritos me merecГan. De ahГ, pues, que estuviera obligado a hablar de este libro. Digo esto para demostrar que la demora en hacerlo ha sido del todo ajena a mis deseos. El seГ±or CanГ©, periodista de raza, sabe, por experiencia, cuГЎn absorbente es el periodismo, mГЎxime cuando es preciso hacerlo todo personalmente, como sucede en empresas, del gГ©nero de la Nueva Revista.
HabГa leГdo el espiritual artГculo que sobre este mismo libro publicГі en El Diario, tiempo ha, M. Groussac – otro escritor a quien todavГa no me ha sido dado tratar. El sabor francГ©s disfrazado de chispa castellana, me encantГі en ese artГculo, en el cual se decГan al seГ±or CanГ© verdades de a puГ±o, terminando a la postre con un merecido elogio. Posteriormente, y en el mismo diario, publicose una carta del criticado autor, en la que se defendГa con gracia infinita, y con finГsimo desparpajo reproducГa el bГblico precepto del В«ojo por ojo, diente por dienteВ».
OГda la acusaciГіn y la defensa, puede, pues, abrirse juicio sobre el valor del libro. CrГtico y criticado parecen estar de acuerdo acerca de algunos defectillos, disienten en otros, y parecen no haber querido recordar el verso clГЎsico:
Ni cet excГ©s d'honneur, ni cette indignitГ©
CanГ© es un estilista consumado. Dice en su carta que don Pedro Goyena se intrigaba buscando su filiaciГіn literaria, y M. Groussac formalmente declara haberla encontrado en Taine. Error completo en mi concepto. Si de alguien parece derivar directamente CanГ©, es de MerimГ©e, y el autor de Colomba comparte su influencia en esto con lo que ha dado en llamarse el beylismo. No dirГ© que tuviera la altiva escrupulosidad de MerimГ©e en limar hasta diez y siete veces un mismo trabajo, para no chocar con su concepto artГstico, sin importГЎrsele mucho de la popularidad; pero sГ que estГЎ impregnado de la desdeГ±osa filosofГa del autor del Rouge et Noir. Pero el autor de los Ensayos, como de En Viaje, es mГЎs bien de la raza de Th. Gautier, de P. de Saint-Victor, y – Вїpor quГ© no decirlo? – del escritor italiano a quien tanto festГ©jase ahora en Buenos Aires: De Amicis. Es ante todo y sobre todo, estilista. No dirГ© que para Г©l la naturaleza, las cosas y los acontecimientos son simplemente temas para desplegar una difГcil virtuositГ© (para echar mano del idioma que tanto prefiere el autor de En Viaje). ВЎNo!, se ha dicho de De Amicis que es el ingenio mГЎs equilibrado de la moderna literatura italiana: su pensamiento es variado y de un colorido potente; pero atraГdo por su Гndole generosa y cortГ©s, prefiere las descripciones que se amoldan mayormente con su carГЎcter: se conmueve y admira. Creo que hay mucho de eso en CanГ©, pero por cierto no es el sentimentalismo lo que campea en su libro, sino que hay mucha – Вїdemasiada? – grima en juzgar lo que ve y hasta lo que hace. CanГ© lo confiesa en su carta. Pero, en cambio, ВЎquГ© facilidad!, ВЎcГіmo brotan de su pluma las descripciones brillantes, los cuadros elegantes! El lector nota que se encuentra en presencia de un artista del estilo, y arrullado por el encanto que le produce la magia de la frase, se deja llevar por donde quiere el autor, y prefiere ver por sus ojos y oГr por sus oГdos.
He oГdo decir que el carГЎcter del seГ±or CanГ© es tan jovial como bondadoso y franco: en su libro ha querido, sin duda, hacer gala de escepticismo, y deja entrever con mucha – Вїdemasiada? – frecuencia, la nota siempre igual del eterno fastidio. Y, sin embargo, ВЎquГ© amargo contrasentido encierra ese original deseo de aparecer fastidiado! Fastidiado el seГ±or CanГ©, cuando, en la flor de la edad ha recorrido las mГЎs altas posiciones de su paГs, no encontrando por doquier sino sonrisas, no pisando sino sobre flores, ВЎniГ±o mimado de la diosa Fortuna! ВїNo serГЎ quizГЎ ese aparente fastidio un verdadero lujo de felicidad?..
* * *
Estamos en presencia de un libro de viajes escrito por una persona que, a pesar de haber viajado mucho, no es verdaderamente un viajero. El autor no siente la pasiГіn de los viajes: soporta a su pesar las incomodidades materiales, se traslada de un punto a otro, pero maldice los fastidios del viaje de mar, el cambio de trenes, los pГ©simos hoteles, etc., etc. Habla de sus viajes con una frialdad que hiela: adopta cierto estilo semiescГ©ptico, semiburlГіn, para reГrse de los que pretenden tener esa pasiГіn tan horripilante.
«¡CuГЎntas veces – dice – en un salГіn, brillante de luz, o en una mesa elegante y delicada, he oГdo decir a un hombre, culto, fino, bien puesto: tengo pasiГіn por los viajes, y tomar su rostro la expresiГіn vaga de un espГritu que flota en la perspectiva de horizontes lejanos; me ha venido a la memoria el camarote, el compaГ±ero, el Гіrdago, la pipa, las miserias todas de la vida de mar, y he deseado ver al poГ©tico viajero entregado a los encantos que sueГ±a!В».
ВЎAh!, el placer de los viajes por los mismos, sin preocupaciГіn alguna, buscando contentar la curiosidad intelectual siempre aguzada, jamГЎs satisfecha No hay nada en el mundo que pueda compararse a la satisfacciГіn de la necesidad de ver y conocer: la impresiГіn es de una nitidez, de una sinceridad, de una fuerza tal, que la descripciГіn que la encarna involuntariamente transmite al lector aquella sensaciГіn, y al leer esas pГЎginas parece verdaderamente que se recorren las comarcas en ellas descriptas.
Esa vivacidad de la emociГіn, ese placer extraordinario que se experimenta, lo comprende sГіlo el viajero verdadero, el que siente nostalgia de los viajes cuando se encuentra en su rincГіn, el que vive con la vida retrospectiva e intensa de los aГ±os en que recorriera el mundo. Y para un espГritu culto, para una inteligencia despierta y con una curiosidad inquieta, ВЎquГ© maldiciГіn es ese don de la pasiГіn de los viajes! El horizonte le parece estrecho cuando tiene que renunciar a satisfacer aquella amiga tirГЎnica; la atmГіsfera de la existencia rutinaria, tranquila, de esos mil encantos de la vida burguesa, lo sofoca: sueГ±a despierto con paГses exГіticos, con lГneas, con colores locales, con costumbres que desaparecen, con ciudades que se transforman, ВЎcon el placer de recorrer el mundo observando, analizando y comparando! Y el maldito cosmopolitismo contemporГЎneo, con su furia igualadora, por doquier invade con su sempiterno cant, su horrible vestimenta, la superficialidad de costumbres incoloras – haciendo desaparecer, merced al adelanto de las vГas de comunicaciГіn, el encanto de lo natural, de lo local, el hombre con su historia y sus costumbres, segГєn la latitud en que se encuentra.
El placer de los viajes es un don divino: requiere en sus adeptos un conjunto de condiciones que no se encuentran en cada boca-calle, y de ahГ que el criterio comГєn o la platitud burguesa no alcanzan a comprender que pueda haber en los viajes y en las emigraciones goce alguno; sГіlo ven en la traslaciГіn de un punto a otro la interrupciГіn de la vida diaria y rutinera, las incomodidades materiales; tienen que encontrarse con cosas desconocidas y eso los irrita, los incomoda, porque tienen el intelecto perezoso y acostumbrado ya a su trabajo mecГЎnico y conocido.
Pero los pocos que saben apreciar y comprender lo que significan los viajes, viven de una doble vida, pues les basta cerrar un instante los ojos, evocar un paisaje contemplado, y Г©ste revive con una intensidad de vida, con un vigor de colorido, con una precisiГіn de los detalles que parece transportarnos al momento mismo en que lo contemplamos por vez primera y borrar asГ la nociГіn del tiempo transcurrido desde entonces.
La vida es tan fugaz, que no es posible repetir las impresiones; mГЎs bien dicho, que no conviene repetirlas. En la existencia del viajero, el recuerdo de una localidad determinada, reviste el colorido que le trasmite la edad y el criterio del observador: si, con el correr del tiempo, regresa y quiere hacer revivir in natura la impresiГіn de antaГ±o, sГіlo cosecharГЎ desilusiones, porque pasan los aГ±os, se modifica el criterio y las cosas cambian. Mejor es no volver a ver: conservar la ilusiГіn del recuerdo, que fue una realidad. AsГ se vive doblemente.
El seГ±or CanГ© parece tener pocas simpatГas por esa vida, quizГЎ porque la encuentra contemplativa, y considera que restringe la acciГіn y la lucha. ВЎError! ВЎEl viajero, cuyo temperamento lo lleve a la lucha, se servirГЎ de sus viajes para combatir en su puesto, y lo harГЎ quizГЎ con mejor criterio, con armas de mejor precisiГіn que el que jamГЎs abandonГі su tertulia sempiterna!
Es lГЎstima que el autor de En Viaje no tenga el В«fuego sagradoВ» del viajero, porque habrГa podido llegar al mГЎximum de intensidad en la observaciГіn y en la descripciГіn de sus viajes.
No puedo resistir al placer de transcribir algunos pГЎrrafos, verdadera excepciГіn en el tono general del libro, y en los que describe a Fort-de-France, en la Martinica:
В«Las fantasГas mГЎs atrevidas de Goya, las audacias coloristas de Fortuny o de DГaz, no podrГan dar idea de aquel curiosГsimo cuadro. El joven pintor venezolano que iba conmigo, se cubrГa con frecuencia los ojos y me sostenГa que no podrГa recuperar por mucho tiempo la percepciГіn dei rapporti, esto es, de las medias tintas y las gradaciones insensibles de la luz, por el deslumbramiento de aquella brutal crudeza. HabГa en la plaza unas 500 negras, casi todas jГіvenes, vestidas con trajes de percal de los colores mГЎs chillones, rojos, rosados, blancos. Todas escotadas y con los robustos brazos al aire; los talles fijados debajo del ГЎxila y oprimiendo el saliente pecho, recordaban el aspecto de las merveilleuses del Directorio. La cabeza cubierta con un paГ±uelo de seda, cuyas dos puntas, traГdas sobre la frente, formaban como dos pequeГ±os cuernos. Esos paГ±uelos eran precisamente los que herГan los ojos; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre, ardiente, mГЎs intenso aГєn que ese llamado en Europa lava del Vesubio; luego, un amarillo rugiente, un violeta tornasolado, ВЎquГ© se yo! En las orejas, unas gruesas arracadas de oro, en forma de tubos de Гіrgano, que caen hasta la mitad de la mejilla. Los vestidos de larga cola y cortos por delante, dejando ver los pies… siempre desnudos. Puedo asegurar que, a pesar de la distancia que separa ese tipo de nuestro ideal estГ©tico, no podГa menos de detenerme por momentos a contemplar la elegancia nativa, el andar gracioso y salvaje de las negras martiniqueГ±as.
В»Pero cuando esas condiciones sobresalen realmente, es cuando se las ve, despojadas de sus lujos y cubiertas con el corto y sucio traje del trabajo, balancearse sobre la tabla que une al buque con la tierra, bajo el peso de la enorme canasta de carbГіn que traen en la cabeza… Al pie del buque y sobre la ribera, hormigueaba una muchedumbre confusa y negra, iluminada por las ondas del fanal elГ©ctrico. Eran mujeres que traГan carbГіn a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que venГan cargadas, mientras las que habГan depositado su carga descendГan por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aquГ todas cantaban el mismo canto plaГ±idero, ГЎspero, de melodГa entrecortada. En tierra, sentado sobre un trozo de carbГіn, un negro viejo, sobre cuyo rostro en Г©xtasis caГa un rayo de luz, movГa la cabeza con un deleite indecible, mientras batГa con ambas manos, y de una manera vertiginosa, el parche de un tambor que oprimГa entre las piernas, colocadas horizontalmente. Era un redoble permanente, monГіtono, idГ©ntico, a cuyo compГЎs se trabajaba. Aquel hombre, retorciГ©ndose de placer, insensible al cansancio, me pareciГі loco»…
Y termina el seГ±or CanГ© su descripciГіn de Fort-de-France con estas lГneas en que trasmite la impresiГіn que le causГі un bamboula:
«…Me serГЎ difГcil olvidar el cuadro caracterГstico de aquel montГіn informe de negros cubiertos de carbГіn, harapientos, sudorosos, bailando con un entusiasmo febril bajo los rayos de la luz elГ©ctrica. El tambor ha cambiado ligeramente el ritmo, y bajo Г©l, los presentes que no bailan entonan una melopea lasciva. Las mujeres se colocan frente a los hombres y cada pareja empieza a hacer contorsiones lГєbricas, movimientos ondeantes, en los que la cabeza queda inmГіvil, mientras las caderas, casi dislocadas, culebrean sin cesar. La mГєsica y la propia imaginaciГіn las embriaga; el negro del tambor se agita como bajo un paroxismo mГЎs intenso aГєn, y las mujeres, enloquecidas, pierden todo pudor. Cada oscilaciГіn es una invitaciГіn a la sensualidad, que aparece allГ bajo la forma mГЎs brutal que he visto en mi vida; se acercan al compaГ±ero, se estrechan, se refriegan contra Г©l, y el negro, como los animales enardecidos, levanta la cabeza al aire y echГЎndola en la espalda, muestra su doble fila de dientes blancos y agudos. No hay cansancio; parece increГble que esas mujeres lleven diez horas de un rudo trabajo. La bamboula las ha transfigurado. Gritan, gruГ±en, se estremecen, y por momentos se cree que esas fieras van a tomarse a mordiscos. Es la bacanal mГЎs bestial que es posible idear, porque falta aquel elemento que purificaba hasta las mГЎs inmundas orgГas de las fiestas griegas: la belleza…
* * *
El libro del seГ±or CanГ©, es, en apariencia, una sencilla relaciГіn de viaje. Dedica sucesivamente seis capГtulos a la travesГa de Buenos Aires a Burdeos, a su estadГa en ParГs y en Londres, y a la navegaciГіn desde Saint-Nazaire a La Guayra. Entonces, en un capГtulo – cuya demasiada brevedad se deplora – habla de Venezuela, pero mГЎs de su pasado que de su presente.
En seguida, en seis nutridos y chispeantes capГtulos, describe su pintoresco viaje de Caracas a BogotГЎ; su paso por el mar Caribe; el viaje en el rГo Magdalena, y las Гєltimas jornadas hasta llegar a la capital de Colombia. A esta simpГЎtica repГєblica presta preferentГsima atenciГіn el autor: no sГіlo se ocupa de su historia, describe a su capital, sino que pinta a la sociedad bogotana, sin olvidar – como lo ha dicho M. Groussac – el obligado pГЎrrafo sobre el Tequendama. DetiГ©nese el autor en estudiar la vida intelectual colombiana en el capГtulo, en mi concepto, mГЎs interesante de su libro, y sobre el cual volverГ© mГЎs adelante. El regreso le da tema para varios capГtulos en que se ocupa de ColГіn, el canal de PanamГЎ, y sobre todo de Nueva York. Y aquГ vuelve de nuevo la clГЎsica descripciГіn del NiГЎgara.
Tal es en esqueleto el libro de CanГ©. Prescindo de los primeros capГtulos, a pesar de que insistirГ© sobre el de ParГs, porque si bien su lectura es fГЎcil, las aventuras a bordo del Ville de Brest no ofrecen extraordinario interГ©s. Poco tema da el autor sobre Venezuela: mГЎs bien dicho, deja al lector con su curiosidad integra, sobreexcitada, pero no satisfecha. Sus pinceladas son vagas; parece como si quisiera concluir pronto, como si tuviera entre manos brasas ardientes. ВїPor quГ©?
En cambio, sus pinturas de BogotГЎ, de la sociedad y de los literatos colombianos, es realmente seductora: nos hace penetrar en un recinto hasta ahora casi desconocido por la generalidad, especie de gyneceo original causado por el relativo aislamiento de la vida de Colombia. No me cansarГ© de ponderar esta parte del libro de CanГ©. Pocas lecturas mГЎs fructГferas, pocas mГЎs agradables; ejerce sobre el lector algo como una fascinaciГіn. Hay ahГ una mezcla sapientГsima del utile cum dulci.
Por lo demГЎs, el libro entero estГЎ salpicado de juicios atrevidos, de observaciones profundas. La superficialidad aparente es rebuscada: el autor, sin quererlo, se olvida con frecuencia de que se ha prometido ser tan sГіlo un jovial a la vez que quejumbroso compaГ±ero de viaje. Al correr de la pluma, ha emitido juicios de una precisiГіn y exactitud admirables. Otras veces ha lanzado ideas que van contra la corriente general. El lector no se detiene mucho en los capГtulos sobre ParГs y Londres, cuando en la rГЎpida lectura encuentra tal o cual opiniГіn sobre Francia o Inglaterra. Pero poco a poco comprende que hay allГ intenciГіn preconcebida, y cuando llega a los capГtulos sobre Colombia, se encuentra insensiblemente engolfado en un anГЎlisis sutil de aquella constituciГіn, que, segГєn el dicho de Castelar, В«ha realizado todos los milagros del individualismo modernoВ». Entonces se refriega los ojos, vuelve a leer, y con asombro halla que el autor critica – y critica con fuerza – el rГ©gimen federal de gobierno. Y no es la Гєnica pГЎgina en que el libro ejerce una influencia sugestiva, forzando a meditar. Hay pГЎrrafos, al tratar del canal de PanamГЎ y de los Estados Unidos, que hacen abrir tamaГ±os ojos de asombro.
Pero sobre algunas cuestiones tuvo ya el autor un cambio de cartas con el seГ±or Pedro S. Lamas, como puede verse en la Revue Sud-Americaine. No volverГ©, pues, sobre ello, siquiera por el vulgarГsimo precepto de non bis in Гdem.
Imposible me serГa analizar con detenciГіn todas y cada una de las partes de este libro. Y ya que he dicho con franqueza cuГЎl es la opiniГіn que sobre Г©l he formado, sГ©ame permitido ocuparme de algunos de los variadГsimos tГіpicos que han merecido la atenciГіn del autor.
* * *
Corto es el capГtulo que dedica a su estadГa en ParГs el seГ±or CanГ©. Y es lГЎstima. En esas breves pГЎginas, hay dos o tres cuadros verdaderamente de mano maestra. Pero el autor ha sido demasiado parco: su pluma apenas se detiene: la CГЎmara, el Senado, la Academia: he ahГ lo Гєnico que ha merecido su particular atenciГіn.
Los pГЎrrafos dedicados a las CГЎmaras son bellГsimos: los retratos de Gambetta, de Julio Simon y de PelletГЎn, perfectamente hechos.
Es, en efecto, en sumo grado interesante, asistir a los debates de las CГЎmaras francesas. Cuando aГєn estudiaba el que esto escribe en ParГs (1879-1880), acostumbraba asistir con la regularidad que le era posible, a las discusiones parlamentarias.
Entonces era necesario ir expresamente por ferrocarril hasta Versailles, donde aГєn funcionaba el Poder Legislativo.
Gracias a la nunca desmentida amabilidad del seГ±or Balcarce, nuestro digno Ministro en ParГs, conseguГa con frecuencia entradas para la tribuna diplomГЎtica, donde, entonces como hoy, era necesario – son palabras del doctor CanГ© – В«llegar temprano para obtener un buen sitioВ».
La sala de sesiones de la CГЎmara de Diputados era realmente esplГ©ndida. Hace parte del gran palacio de Luis XIV y es cuadrilonga. El presidente estaba enfrente de la tribuna diplomГЎtica, en un pupitre elevado, teniendo a la misma altura, pero a su espalda, de un lado a varios escribientes, de otro a varios ordenanzas. Una escalera conducГa a su asiento. MГЎs abajo, la celebrada tribuna parlamentaria, a la que se sube por dos escaleras laterales. DetrГЎs de Г©sta, y a ambos lados, una serie de secretarios escribiendo o consultando libros o papeles, sea para recordar al presidente quГ© es lo que se hizo en tal circunstancia, o los antecedentes del asunto, o cualquier dato necesario.
Al pie de la tribuna parlamentaria estaba el cuerpo de taquГgrafos. Entre ellos y el resto de la sala existГa un espacio por donde circulaba un mundo de diputados, ujieres, ordenanzas, etcГ©tera.
En seguida, formando un anfiteatro en semicГrculo, estГЎn los asientos de los diputados, con pequeГ±as calles de trecho en trecho. Cada diputado tiene un sillГіn rojo y en el respaldo del sillГіn que se encuentra adelante hay una mesita saliente para colocar la carpeta en la que lleva sus papeles, apuntes, etcГ©tera.
La derecha, entonces, como hoy, era minorГa; el centro y la izquierda, la gran mayorГa.
Frente al cuerpo de taquГgrafos encontrГЎbanse los asientos ministeriales y para los subsecretarios de Estado.
Las fracciones parlamentarias, perfectamente organizadas, tienen sus espadas como sus soldados en lugares adecuados, los unos más cerca, los otros más alejados del medio. El primero con quien tropezaba al entrar por la puerta de la derecha era… M. Paul de Cassagnac. El primero con quien se encontraba uno al entrar por la puerta de la izquierda era el gran orador M. Clemenceau. El duelista de la derecha: M. de Cassagnac; el de la izquierda: M. Perrin.
La tribuna de la prensa estaba debajo de la del cuerpo diplomГЎtico. En la misma fila estГЎn las destinadas a la presidencia de la RepГєblica, a los presidentes de la CГЎmara y Senado, a los miembros del Parlamento, etc: todos los dignatarios tienen su tribuna especial. MГЎs arriba estaban las llamadas galerГas, donde es admitido el pГєblico, siempre que presente sus tarjetas especiales.
Las sesiones son tumultuosГsimas. Se camina, se habla, se grita, se gesticula, se rГe, se golpea, se vocifera, mientras habla el orador, al unГsono. En presencia de semejante mar desencadenado, se comprende que el orador no sГіlo debe tener talento sino sangre frГa, golpe de vista y audacia a toda prueba. La mГmica le es indispensable, y la voz tiene que ser tonante y poderosa para dominar aquella vociferaciГіn infernal. Tiene que apostrofar con viveza, que conmover, que hacerse escuchar.
He asistido a sesiones agitadГsimas, a la del incidente Cassagnac-Goblet, a la de la interpelaciГіn Brame, y a la de la interpelaciГіn Lockroy, que tanto conmoviГі a ParГs en mayo del 79. Tiempo hace de esto, pero mis recuerdos son tan frescos que podrГan describir aquellos debates como si reciГ©n los presenciara.
He oГdo, o mГЎs bien dicho: visto, oradores que no pudieron hacerse escuchar y que bajaron de la tribuna entre los silbidos de los contrarios y las protestas de los amigos; otros, como el bonapartista Brame, en su fogosa interpelaciГіn contra el Ministro del Interior, M. LepГЁre, dominaban el tumulto; M. LepГЁre en la tribuna, estuvo un cuarto de hora sin poder imponer silencio, en medio de una desordenada vociferaciГіn de la derecha, y de los aplausos y aprobaciГіn de la izquierda, hasta que, haciendo un esfuerzo poderoso, gritando como un energГєmeno, acallГі momentГЎneamente el tumulto, para apostrofar a la derecha, diciendo: В«vociferad, gritad, puesto que las interpelaciones no son para vosotros sino pretexto de ruidos y exclamaciones. No bajarГ© de la tribuna hasta la que os callГ©is!..В»
ВЎQuГ© tumulto espantoso! PresidГa M. Senard, el viejo atleta del foro y del parlamento francГ©s, pero tan viejo ya que su voz dГ©bil y sus movimientos penosos eran impotentes: agitaba continuamente una enorme campana (pues no es aquello una campanilla) de plata con una mano, y con la otra golpeaba la mesa con una regla. Los ujieres, con gritos estentГіreos de В«un poco de silencio, seГ±ores —s'il vous plait, du silenceВ», no lograban tampoco dominar la agitaciГіn. La derecha vociferaba y hacГa un ruido ensordecedor con los pies; la izquierda pedГa a gritos: В«la censura, la censuraВ». Fue preciso amonestar seriamente a un imperialista, el barГіn Dufour, para que se restableciese el silencio…
Concluye el ministro su discurso, y salta (materialmente: salta) sobre la tribuna el interpelante; vuelve a contestar el ministro, y torna de nuevo el interpelante… ВЎquГ© vida la de un ministro con semejantes parlamentos! El dГa entero lo pasa en esas batallas parlamentarias… supongo que el verdadero ministro es el subsecretario.
Gambetta, el tan llorado y popular tribuno, presidГa cuando M. de Cassagnac desafiГі en plena CГЎmara a M. Goblet, subsecretario de Estado. Estaba yo presente ese dГa. ВЎQuГ© escГЎndalo mayГєsculo! Pero Gambetta dominГі el tumulto, hizo bajar de la tribuna a Cassagnac, lo censurГі, y calmГі la agitaciГіn.
He oГdo varias veces a M. Clemenceau, el gran orador radical. Le oГ defendiendo a Blanqui, el condenado comunista, que habГa sido electo diputado por Burdeos. Es uno de los oradores que mejor habla y que posee dotes mГЎs notables. Como uno de los contrarios (hay que advertir que la izquierda estaba en ese caso en contra de la extrema izquierda) le gritara: «¡Basta!В», Г©l contestГі sin inmutarse: В«Mi querido colega, cuando vos nos fastidiГЎis, os oГmos con paciencia. Nadie es juez en saber si he concluido, salvo yo mismoВ», y despuГ©s de este apГіstrofe tranquilo, continuГі su discurso…! Esa interpelaciГіn dio origen a una respuesta sumamente enГ©rgica por parte de M. Le Royer, entonces Ministro de Justicia.
La organizaciГіn administrativa es ademГЎs admirable. Las CГЎmaras se reГєnen diariamente de 2 a 6ВЅ, y el cuerpo de taquГgrafos da los originales de la traducciГіn estenogrГЎfica a las 8 p. m. A las 12 p. m. se reparten las pruebas de la impresiГіn y a las 6 de la maГ±ana siguiente В«todo ParГsВ» puede leer Гntegra la sesiГіn de la tarde anterior en el Journal Officiel. Y todo esto sin contratos especiales, sin que cueste un solo cГ©ntimo mГЎs, sin que las CГЎmaras voten remuneraciones especiales al cuerpo de taquГgrafos y sin ninguna de esas demostraciones ridГculas para aquellos que estГЎn habituados a la vida europea. RecuГ©rdese lo que pasГі en 1877 entre nosotros, cuando se debatiГі la В«cuestiГіn CorrientesВ»: La Tribuna publicГі las sesiones al dГa siguiente, y todos creyeron que era un… milagro.
Con el rГ©gimen parlamentario francГ©s, la tarea es pesadГsima para los diputados (no tanto para los senadores), pero insostenible para los oradores. Y los ministros, que tienen que despachar los asuntos de ministerios centralizados, que atender a lo que pasa en la Francia entera, que proyectar reformas, que estudiar leyes, que contestar interpelaciones, que preparar y corregir discursos: ВїcГіmo pueden hacer todo esto? A un hombre sГіlo le es materialmente imposible, y aГ±ГЎdase a eso que tiene la obligaciГіn de dar reuniones periГіdicas, bailes oficiales, etc. ВЎQuГ© vida! Se comprende que serГa ella imposible sin una numerosa legiГіn de consejeros de Estado, de subsecretarios, de secretarios, de directores, etc., que no cambian con los ministros, sino que estГЎn adscriptos a los ministerios. ВЎQuГ© diferencia con nuestro modo de ser! Entre nosotros, por regla general, los ministros estГЎn solos, pues los empleados, en vez de ser cooperadores de confianza, son meros escribientes, salvo, bien entendido, honrosas excepciones. Cuando se reflexiona sobre la existencia que lleva un ministro en paГses de aquella vida parlamentaria, parece difГcil explicarse cГіmo pueden atender, despachar, contestar todo; y al mismo tiempo pensar y realizar grandes cosas.
* * *
En el libro que motiva estas pГЎginas, el autor, segГєn lo declara, ha procurado contar, y contar ligeramente, В«sin bagajes pesadosВ». Este propГіsito, probablemente, ha hecho que no profundice nada de lo que observa, sino que se contente con rozar la superficie.
Uno de los rasgos mГЎs caracterГsticos de Colombia, es su poderosa literatura. La raza colombiana es raza de literatos, de sabios, de profundos conocedores del idioma: allГ la literatura es un culto verdadero, y no se sacrifican en su altar sino producciones castizas, pulidas, perfectas casi. El seГ±or CanГ©, a pesar de su malhadado propГіsito de В«marchar con paso igual y sueltoВ», y de su afectado desdГ©n por los estudios serios y concienzudos, llegando hasta decir: В«Que nada, resiste en el dГa a la perseverante consulta de las enciclopediasВ», no ha podido resistir, sin embargo, al deseo o a la necesidad de ocuparse de la faz literaria de Colombia. Condensa en 24 pГЎginas un capГtulo que modestamente Titula: В«La InteligenciaВ», y en el cual, protestando que no es tal su intenciГіn, el autor trata de perfilar a los primeros literatos colombianos contemporГЎneos, en pГЎrrafos de redacciГіn suelta, a la diable, para usar su propia expresiГіn.
Habla de la facilidad peligrosa del numen poГ©tico en los colombianos; se ocupa de don Diego Pombo, de GutiГ©rrez, GonzГЎlez, de Diego Fallon, de JosГ© M. MarroquГn, de Ricardo Carrasquilla, de JosГ© M. Samper, de Miguel A. Caro, y por Гєltimo, de Rufino Cuervo. Tal es el contenido de ese capГtulo, interesantГsimo, sin duda, pero incompleto y demasiado a vuelo de pГЎjaro. LeГ con avidez esa parte del libro: creГ encontrar mucho nuevo: los recuerdos de un hombre que ha estado en contacto con la flor y nata de los literatos de aquella naciГіn privilegiada; las picantes observaciones que presagiaba el sostenido prurito de escepticismo y cierta sal andaluza que campea con galana finura en muchos pasajes de este libro.
Mi curiosidad, sin embargo, no fue del todo satisfecha. La Nueva Revista habГa publicado ya (1881) un interesante artГculo de D. JosГ© Caicedo Rojas, sobre la poesГa Г©pica americana y sobre todo colombiana[1 - VГ©ase primera serie, tomo III, pГЎg. 350-377.]; un importante y cruditГsimo (1882) estudio de D. Salvador Camacho RoldГЎn, sobre la poesГa colombiana, a propГіsito de Gregorio GutiГ©rrez GonzГЎlez[2 - VГ©ase primera serie, tomo IV, pГЎg. 225-290.]; y finalmente (1883) un notable juicio de D. Adriano PГЎez, sobre JosГ© David Guarin[3 - VГ©ase primera serie, tomo VI, pГЎg. 161-181.]. En esos artГculos se entrevГ© la riquГsima y fecunda vida intelectual de aquel pueblo; pasan ante los ojos atГіnitos del lector centenares de poetas, literatos, historiadores, crГticos, etc.; se descubre una producciГіn asombrosa, una plГ©tora verdadera de diarios, periГіdicos, folletos y libros.
Y el que estГЎ algo al cabo de las letras en Colombia, aunque resida en Buenos Aires, conoce su numerosГsima prensa, sus periГіdicos, sus revistas, sus escuelas literarias; la lucha entre conservadores y liberales, entre los grupos respectivamente encabezados por el Repertorio Colombiano y La Patria. Y por poco numerosas que sean las relaciones que se cultiven con gente bogotana, a poco el bufete se llena con El Pasatiempo, El Papel PeriГіdico Ilustrado, etc.
Nada de eso se encuentra en el libro de CanГ©. Г‰l, periodista, ha olvidado a la prensa. Y eso que la prensa de Colombia es especial, distinta bajo todos conceptos de la nuestra.
Pero se busca en vano el rastro de Julio Arboleda, de JosГ© E. Caro, de Madiedo, de LГЎzaro MarГa PГ©rez, de… en una palabra, de todos los que sobreviven de la exuberante generaciГіn de 1844 y 1846: Restrepo, y tantos otros. Y si esa Г©poca parece ya muy echada en olvido, queda la de 1855 a 1858, en que tanto florecieron las letras colombianas: de esa Г©poca datan JosГ© JoaquГn Ortiz, Camacho RoldГЎn, Ancizar, Ricardo Silva, Salgar, Vergara y tantos otros…! Verdad es que el seГ±or CanГ© declara que В«no es su propГіsito hacer un resumen de la historia literaria de ColombiaВ». Bien estГЎ; pero cuando se dedica un capГtulo a la inteligencia de un paГs, preciso es presentarla bajo todas sus faces, mostrar su filiaciГіn, recordar sus mГЎs ilustres representantes…
El autor de En viaje aГ±ade, sin embargo, a renglГіn seguido: В«si he consignado algunos nombres, si me he detenido en el de algunas de las personalidades mГЎs notables en la actualidad, es porque, habiendo tenido la suerte de tratarlas, entran en mi cuadro de recuerdosВ». Valga como excusa, pero es lГЎstima, y grande, que no se haya decidido a examinar con mayor detenciГіn tema tan rico como interesante.
En ese capГtulo falta, pues, una exposiciГіn metГіdica, no digo de la historia literaria de Colombia, sino del estado actual de la literatura en aquel paГs; ni se mencionan nombres como los de Borda, Arrieta, Isaacs, Obeso y tantos otros descollantes; nada sobre la Academia, sus trabajos, y, sobre todo, ese inexplicable silencio acerca del periodismo bogotano!
QuizГЎ haya tenido el Sr. CanГ© alguna razГіn para incurrir en esas omisiones: sea, pero confieso que no alcanzo cuГЎl puede ser. Lo deploro tanto mГЎs cuanto que por las pГЎginas escritas, se deduce con quГ© humour– para emplear esa intraducible locuciГіn – se habrГa ocupado de toda aquella literatura. Hay, pues, que contentarse con los rГЎpidos bocetos que nos traza.
Pero el Sr. CanГ©, con esa redacciГіn a la diable– como Г©l mismo la califica – se deja arrastrar de su predilecciГіn: acaba de decirnos que sГіlo se ocupa de las personalidades В«que ha tenido la suerte de tratarВ», y sin embargo, su entusiasmo lo lleva a dedicar gran parte del capГtulo a GutiГ©rrez GonzГЎlez, poeta notabilГsimo, es cierto, pero que muriГі en MedellГn, el 6 de julio de 1872…
Se ocupa largamente de Rafael Pombo, el famoso autor del canto de Edda, que dio la vuelta a AmГ©rica, y que mereciГі entre la avalancha de contestaciones, una hermosГsima de Carlos Guido y Spano, В«Pombo – segГєn el Sr. CanГ© – es feo, atrozmente feo. Una cabecita pequeГ±a, boca gruesa, bigote y perilla rubia, ojos saltones y miopes, tras unas enormes gafas… Feo, muy feo. Г‰l lo sabe y le importa un pitoВ». Refiere el autor una aventura de la Sra. Eduarda Mansilla de GarcГa con Pombo, y a fe que lo hace con chiste y oportunidad.
Dice el Sr. CanГ© que Rafael Pombo, a pesar de las reiteradas instancias de sus amigos y de ventajosas propuestas de editores, nunca ha querido publicar sus versos coleccionados. Y hace con este motivo una observaciГіn que, por cierto, ha de causar alguna extraГ±eza entre nosotros, porque la costumbre que se observa es diametralmente opuesta. He aquГ esa curiosa observaciГіn: В«CuГЎntas reputaciones poГ©ticas ha muerto la manГa del volumen, y cuГЎntos arrepentimientos para el porvenir se crean los jГіvenes que, cediendo a una vanidad pueril, se apresuran a coleccionar prematuramente las primeras e insГpidas florecencias del espГritu, ensayos en prosa o verso…»
Pero el Sr. CanГ© es, a la verdad, un espГritu observador. VГ©ase si no el siguiente chispeante retrato de Diego Fallon, cuyos cantos A las ruinas de Suesca y A la luna son de tan extraordinario mГ©rito. В«Figuraos una cabeza correcta, con dos grandes ojos negros, deux trous qui lui vont jusqГ»'Г l'Гўme, pelo negro, largo, echado hacia atrГЎs; nariz y labios finos; un rostro de aquellos tantas veces reproducidos por el pincel de Van Dyck; un cuerpo delgado, siempre en movimiento, saltando sobre la silla en sus rГЎpidos momentos de descanso. OГdlo, porque es difГcil hablar con Г©l, y bien tonto es el que lo pretende, cuando tiene la incomparable suerte de ver desenvolverse en la charla del poeta el mГЎs maravilloso kaleidoscopio que los ojos de la inteligencia puedan contemplar… hasta que el reloj da la hora y el visionario, el poeta, el inimitable colorista, baja de un salto de la nube dorada donde estaba a punto de creerse rey, y toma lastimosamente su Ollendorff para ir a dar su clase de inglГ©s, en la Universidad, en tres o cuatro colegios y quГ© se yo dГіnde mГЎs…»
El que eso ha escrito no es sГіlo un estilista, un Vanderbilt del idioma, es mГЎs aГєn; es un humorista, legГtimo discГpulo de Sterne, lector asiduo quizГЎ del Tristam Shandy. Esa fГЎcil ironГa, ese buen humor inagotable, esa fuerza superior de sarcasmo, por momentos alegre, sonriente, burlГіn, en una palabra В«esa rapidez de impresiones y esos contrastes siempre nuevos, son el secreto del humoristaВ».
Y cuando pinta a Rufino Cuervo, el sapientГsimo autor de las Apuntaciones crГticas sobre el lenguaje bogotano, В«trabajando con tranquilidad, sin interrumpirse sino para despachar un cajГіn de cerveza…», – porque Cuervo no es ni mГЎs ni menos que cervecero. В«Yo mismo he embotellado y tapado, me decГa RufinoВ» agrega el seГ±or Cané…
Hablando de Carlos HolguГn, dice que «…y esto sea dicho aquГ entre nosotros, HolguГn fue uno de los cachacos mГЎs queridos de BogotГЎ, que le ha conservado siempre el viejo cariГ±oВ». Ahora bien, Вїquiere saberse lo que es un cachaco? El autor se encarga de explicarlo, y lo hace con exquisita claridad. В«El cachaco es el calavera de buen tono, decidor, con entusiasmo comunicativo, capaz de hacer bailar a diez esfinges egipcias, organizador de cuadrillas de a caballo en la plaza, el dГa nacional, dispuesto a hacer trepar su caballo a un balcГіn para alcanzar una sonrisa; jugador de altura, dejando hasta el Гєltimo peso en una mesa de juego, a propГіsito de una rifa; pronto a tomarse a tiros con el que le busque, bravo hasta la temeridad…» Y aplГquese esa retrato al respetable seГ±or HolguГn!
De don JosГ© MarГa Samper, trae un rГЎpido boceto: В«ha escrito, dice, 6 u 8 tomos de historia, 3 o 4 de versos, 10 o 12 de novelas, otros tantos de viajes, de discursos, estudios polГticos, memorias, polГ©micas… quГ© sГ© yo!.. Naturalmente en esa mole de libros serГa inГєtil buscar el pulimento del artista, la correcciГіn de lГneas y de tonos. Es un rГo americano que corre tumultuoso, arrastrando troncos, detritus, arenas y peГ±ascos…».
En fin, largo serГa seguir al autor en estos retratos, gГ©nero literario en que evidentemente descuella. Me he detenido en este punto, porque parece que ahГ se revela una nueva faz del talento del seГ±or CanГ©. Tiene el don de daguerreotipar a una personalidad en pocas lГneas, presenta la luz, la sombra, el claro oscuro que iluminan el retrato, poniendo de relieve su lado serio y su lado cГіmico. Busca siempre el efecto del contraste. Y esto es lo que me mueve a decir que tiene tendencias a ser un verdadero humorista.
ВїQuГ© es efectivamente el humour? Un crГtico cГ©lebre lo ha definido magistralmente. Es, dice, el Гmpetu de un espГritu dotado de la aptitud mГЎs exquisita para sentir, comprender y explicar todo; es el movimiento libre, irregular y audaz de un pensamiento siempre dispuesto, que ama esas trampas tan temidas de los retГіricos; las digresiones, y que se abandona con gracia a ellas cuando por casualidad encuentra un misterio del corazГіn para aclararlo, una contradicciГіn de nuestra naturaleza para estudiarla, una verdad despreciada para enaltecerla: un pensamiento al cual atrae lo desconocido por un secreto magnetismo, y que, bajo apariencias ligeras, penetra en las mГЎs oscuras sinuosidades del mundo moral, da a todo lo que inventa, a todo lo que reproduce, el colorido del capricho, y crea por el poder de la fantasГa, una imagen mГіvil de la realidad, mГЎs mГіvil aГєn.
Ahora bien; lГ©ase con atenciГіn el Гєltimo libro del seГ±or CanГ© y se encontrarГЎ confirmada la exactitud de esa pintura en muchos y repetidos pasajes. Y casi me atreverГa a asegurar que es justamente en los pasajes en que el autor se ha abandonado con mГЎs naturalidad a esa tendencia, que el lector con mГЎs justicia se complace.
Edmundo De Amicis, en algunos de sus libros afortunados, ha hablado de la pГЎgina magistral, la pГЎgina clГЎsica, la pГЎgina estupenda que todo escritor debe tener conciencia de haber escrito o poder escribir, para poder asГ llegar a la posteridad. Una de esas pГЎginas, por ejemplo, es la que se refiere a la В«riГ±a de gallosВ» en el libro sobre EspaГ±a. En aquellas 5 o 6 pГЎginas, dice un crГtico, se hallan reunidas, amalgamadas hasta la cuarta potencia, todas las cualidades de De Amicis: la sutileza del observador, el vigor del colorido, la elegancia del estilista, y, junto con todo esto, aquella variedad, abundancia y riqueza archimillonaria del idioma, por lo cual es verdaderamente descollante.
ВїPueden aplicarse estas palabras de Barrili al seГ±or CanГ©? ВїEl autor de En viaje ha condensado ya todas sus cualidades, ha dado su nota mГЎs alta? En cada libro que escribe el seГ±or CanГ©, se revela una faz distinta de su espГritu: esto hace difГcil en extremo la tarea del crГtico severo, fГЎcil a lo sumo la del benГ©volo, pues en justicia hay tanto que alabar!
Por eso, una crГtica justa – a pesar de que el seГ±or CanГ© ha dicho que es la В«que mГЎs difГcilmente se perdona, como los palos que mГЎs se sienten son los que caen donde dueleВ» – en este caso, puede con leal imparcialidad tributar cumplido elogio al escritor que se ha revelado humorista de buena ley, confirmando su vieja reputaciГіn de estilista brillante.
* * *
Y es lГЎstima grande que con tan brillantes cualidades, no sea el seГ±or CanГ© mГЎs que un dilettante en las letras. Se nota que aquel autor no siente en sГ la vocaciГіn del escritor; escribe como un pis aller. Dotado como pocos para ello, jamГЎs ha considerado a las letras sino como un accesorio, y en el fondo se me ocurre que es el hombre mГЎs desprovisto de vanidad literaria. Las letras son para Г©l queridas pasajeras, que se toman y se dejan rehuyendo compromisos, y a las que no se pide sino el placer del momento, sin la preocupaciГіn del maГ±ana. Su temperamento, sus mГЎs vehementes inclinaciones, lo llevan a la vida polГtica, a la acciГіn; es hombre de parlamento, orador nato, a quien el ejercicio del poder, sea en ministerios o a la cabeza de cualquier administraciГіn, parece producir una satisfacciГіn que degenera en dulce embriaguez. Es un literato que desdeГ±a las letras, y a quien la polГtica, como Minotauro implacable, ha devorado sin remedio. EscribirГЎ aГєn de vez en cuando, quizГЎ, pero lo harГЎ con la sonrisa de escepticismo en los labios, y como calaverada de gran seГ±or.
La polГtica es la gran culpable en la vida americana: fascina a los talentos jГіvenes, los seduce y los esteriliza para la producciГіn intelectual serena y elevada; los embriaga con la acciГіn efГmera, los gasta y los deja desencantados, imposibilitГЎndolos para volver al culto de las letras, y esclavizados por la fascinaciГіn de la vida pГєblica. Sacrifican asГ, esos espГritus escogidos, una gloria seria y permanente, por una gloria inconsistente y del momento.
CanГ© principiГі por dejarse seducir por el diarismo polГtico y derrochГі un esplГ©ndido talento en escribir artГculos de combate que, deslumbradores fuegos de artificio, vivieron lo que viven las rosas, el espacio de unas horas. ВїQuiГ©n se acuerda hoy de ellos? Su propio autor los ha olvidado quizГЎ, y con razГіn, porque son producciones condenadas de antemano a muerte prematura.
Pero, si bien se explica que un hombre de ese temple sacrifique las letras por la polГtica, no se comprende cГіmo sacrifica la vida pГєblica activa por la tranquilidad del ocio diplomГЎtico. Puede que el temperamento un tanto epicГєreo del autor de En Viaje algo haya influido en este sГєbito cambio de frente; pero renunciar a la vida parlamentaria, a la prensa polГtica, al gobierno activo, para refugiarse en un retiro diplomГЎtico, cuando se encontraba en plena juventud, sin haber llegado siquiera a la mitad de la vida, lleno de vigor, de aspiraciones, de sangre bullidora…! Misterio! La vida diplomГЎtica tiene, es cierto, nobilГsima esfera de acciГіn, pero para un hombre de esas condiciones se asemeja a un suicidio moral. Porque si las funciones diplomГЎticas permiten disponer de ocios, es preciso llenarlos, y si no se les llena con la labor literaria, un temperamento demasiado activo corre peligro de emplearlos en apurar hasta las heces el cГЎliz de Capua, – y ese cГЎliz es fatal.
Me hace acordar el seГ±or CanГ© a la figura tan simpГЎtica y tan anГЎloga de aquel brillantГsimo espГritu francГ©s que se llamГі Prevost-Paradol; tambiГ©n fue un escritor que pudo haber fГЎcilmente traspuesto las mГЎs altas cumbres: dotes, preparaciГіn, ambiciГіn, todo poseГa. El Г©xito le sonriГі siempre… Pero abandonГі las letras por la polГtica, y cambiГі la lucha activa por el reposo diplomГЎtico. Aquel bello talento se esterilizГі por completo.
Se me viene a la memoria un incidente verdaderamente grГЎfico en la vida de Prevost-Paradol. Un dГa, un amigo le decГa: «¿Por quГ© no escribe usted la historia de las ideas parlamentarias? Hay ahГ un libro interesante y digno de tentar su talento. Y Г©l respondiГі: QuГ© feliz es usted de creer todavГa en los libros, en las frases, y de encariГ±arse con todos esos juguetes inГєtiles que sirven de pasatiempo a los desocupados!.. Y aГ±adiГі: SГіlo el poder es verdadero. Conducir a los hombres, dirigir sus destinos, llevarlos a la grandeza por caminos que no se les indica, preparar los acontecimientos, dominar a los hechos, forzar a la fortuna a obedecer, he ahГ el objetivo que es preciso tener y que sГіlo alcanzan las voluntades fuertes y las inteligencias elevadas!В»
Se me figura que el diplomГЎtico CanГ© mГЎs de una vez pensarГЎ con melancolГa en esas palabras. Si es cierto que el epicureГsmo le ha hecho desertar de la lucha ardiente, se ha vengado de tal cobardГa moral ahogГЎndolo en ese fastidio que eternamente pone de manifiesto el autor de En viaje. AГєn es tiempo, sin embargo, de que reaccione; y si la voz aislada de un extraГ±o pudiera servir de suficiente profecГa, que no la considere como viniendo de una Casandra de aldea, sino que trate de no justificar aquel verso famoso:
L'armure qu'il portait n'allait pas a sa taille.
Elle Г©tait bonne au plus pour un jour de bataille
Et ce jour-lГ fut court comme une nuit d'Г©tГ©.
В В В В Ernesto Quesada.
Mayo de 1884.
Al pueblo colombiano, en estos momentos de amargura, dedica la reediciГіn de este libro, como homenaje de respeto y cariГ±o
    MIGUEL CANÉ.
В В В В Diciembre de 1903.
DOS PALABRAS
Las pГЎginas de este libro han sido escritas a medida que he ido recorriendo los paГses a que se refieren. No tengo por lo tanto la pretensiГіn de presentar una obra rigurosamente sujeta a un plan de unidad, sino una sucesiГіn de cuadros tomados en el momento de reflejarse en mi espГritu por la impresiГіn. HabiГ©ndome el gobierno de mi paГs hecho el honor de nombrarme su representante cerca de los de Colombia y Venezuela, pensГ© que una simple narraciГіn de mi viaje ofrecerГa algГєn interГ©s a los lectores americanos, mГЎs al cabo generalmente de lo que sucede en cualquier rincГіn de Europa, que de los acontecimientos que se desenvuelven en las capitales de la AmГ©rica espaГ±ola. Puedo hoy asegurar que las molestias y sufrimientos del viaje han sido compensados con usura por los admirables panoramas que me ha sido dado contemplar, asГ como por los puros goces intelectuales que he encontrado en el seno de sociedades cultas e ilustradas, a las que el aislamiento material a que las condena la naturaleza del suelo que habitan, las impulsa a aplicar toda su actividad al levantamiento del espГritu.
He procurado contar y contar ligeramente; pienso que un libro de viajes debe marchar con paso igual y suelto, sin bagajes pesados, con buen humor para contrarrestar las inevitables molestias de la travesГa, con cultura, porque se trata de hablar de aquГ©llos que nos dieron hospitalidad, y, sobre todo, sin mГЎs luz fija, sin mГЎs guГa que la verdad. Cuando la pintura exacta de ciertas cosas me ha sido imposible por altГsimas consideraciones que tocan a la delicadeza, he preferido omitir los hechos antes que arreglarlos a las exigencias de mi situaciГіn. Rara vez se me ha ofrecido ese caso; por el contrario, ha sido con vivo placer cГіmo he llenado estas pГЎginas que me recordarГЎn siempre una Г©poca que por tantos motivos ha determinado una transiciГіn definitiva de mi vida.
En esta reediciГіn, Гєnica que se ha hecho desde la publicaciГіn de En viaje, en 1883, se ha suprimido bastante en los primeros capГtulos, de los que sГіlo se han conservado algunos contornos trazados al pasar, que, como los de Gambetta, Gladstone y RenГЎn, pueden interesar aГєn. El autor no ha agregado una sola palabra a su primera redacciГіn. El lector podrГЎ ver asГ si el tiempo ha sancionado o corregido los juicios que los hombres y las cosas de aquel tiempo y en aquella parte de AmГ©rica sugirieron al autor.
Diciembre, 1903.
INTRODUCCIГ“N
Creo poder asegurar que el nГєmero total de argentinos que han llegado a la ciudad de BogotГЎ desde el siglo XVI hasta la fecha, no excederГЎ de diez, inclusive el personal de la legaciГіn que iba por primera vez en 1881 a saludar al pueblo en cuyo seno se desenvolviГі la acciГіn de BolГvar. Ese aislamiento terrible, consecuencia de las dificultades de comunicaciГіn y causa principal, tal vez, de los tristes dГas por que ha pasado la AmГ©rica espaГ±ola antes de su organizaciГіn definitiva, no ha sido tenido en cuenta por la Europa al formular sobre nuestro desgraciado continente el juicio severo que aГєn no ha cesado de pesar sobre nosotros. Nos ha faltado la solidaridad, la gravitaciГіn recГproca, que une a los pueblos europeos en una responsabilidad colectiva, que los mantiene en un diapasГіn polГtico casi uniforme, y que alienta y sostiene de una manera indirecta, en los momentos de prueba, al que flaquea en la ruta. Las leyes histГіricas que presiden la formaciГіn de las sociedades, se han desenvuelto en todo su rigor en nuestras vastas comarcas. El esfuerzo del grupo intelectual se ha estrellado estГ©rilmente durante largos aГ±os contra la masa bГЎrbara, representando el nГєmero y la fuerza. La anarquГa, esa cГЎscara amarga que envuelve la semilla fecunda de la libertad, ha reinado de una manera uniforme en toda la AmГ©rica y por procedimientos anГЎlogos en cada uno de los pueblos que la componen, porque las causas originarias eran las mismas. Para algunos paГses americanos, esos aГ±os sombrГos son hoy un mal sueГ±o, una pesadilla que no volverГЎ, porque ha desaparecido el estado enfermizo que la producГa. ВїQuГ© extranjero podrГЎ creer, al encontrarse en el seno de la culta Buenos Aires, en medio de la actividad febril del comercio y de todos los halagos del arte, que en 1820 los caudillos semibГЎrbaros ataban sus potros en las rejas de la plaza de Mayo, o que en 1840 nuestras madres eran vilmente insultadas al salir de las iglesias? Si el camino material que hemos hecho es enorme, nuestra marcha moral es inaudita. A mis ojos, el progreso en las ideas de la sociedad argentina es uno de los fenГіmenos intelectuales mГЎs curiosos de nuestro siglo. Y al hablar de las ideas argentinas, me refiero a las de toda la AmГ©rica, aunque el fenГіmeno, por causas que responden a la situaciГіn geogrГЎfica, a la naturaleza del suelo y a la poderosa corriente de emigraciГіn europea, no presenta en ninguna parte el grado de intensidad que en el Plata.
Los americanos del Norte recibieron por herencia un mundo moral hecho de todas piezas: el mГЎs perfecto que la inteligencia humana haya creado. En religiГіn, el libre examen; en polГtica, el parlamentarismo; en organizaciГіn municipal, la comuna; en legislaciГіn, el habeas corpus y el jurado; en ciencias, en industria, en comercio… el genio inglГ©s. En el Sur, la herencia fatal para cuyo repudio hemos necesitado medio siglo, fue la teologГa de Felipe II, con sus aplicaciones temporales, la polГtica de Carlos V y aquel curioso sistema comercial que, dejando inerte el fecundo suelo americano, trajo la decadencia de la EspaГ±a, ese descenso sin ejemplo que puede encerrarse en dos nombres: de PavГa al Trocadero. AsГ, cuando en 1810 la AmГ©rica se levantaba, no ya tan sГіlo contra la dominaciГіn espaГ±ola, sino contra el absurdo, contra la inmovilidad cadavГ©rica impuesta por un rГ©gimen cuya primer vГctima fue la madre patria misma, se encontrГі sin tradiciones, sin esa conciencia latente de las cosas de gobierno que fueron el lote feliz de los pueblos que la habГan precedido en la ruta de la emancipaciГіn. De los americanos del Norte hemos hablado ya; hicieron una revoluciГіn В«inglesaВ», fundados en el derecho inglГ©s. Por menos de las vejaciones sufridas, Carlos I muriГі en el cadalso y Guillermo III subiГі al trono en 1688. Los habitantes de los PaГses Bajos, al emprender su revoluciГіn gigantesca contra la EspaГ±a absolutista y claustral, al trazar en la historia del mundo la pГЎgina que honra mГЎs tal vez a la especie humana, tenГan precedentes, se apoyaban en tradiciones, en la В«Joyeuse EntrГ©eВ», en las viejas cartas de BorgoГ±a. La Francia, en 89 tenГa mil aГ±os de existencia nacional, y si bien destruyГі un rГ©gimen polГtico absurdo, conservaba los cimientos del organismo social – 93 fue un momento de fiebre; – vuelta la calma, la libertad conquistada se apoyГі en el orden tradicional.
Nosotros, ВїquГ© sabГamos? DifГcil es hoy al espГritu darse cuenta de la situaciГіn intelectual de una sociedad sudamericana hasta principios de nuestro siglo. No tenГamos la tradiciГіn monГЎrquica, que implica por lo menos un ideal, un respeto, algo arriba de la controversia minadora de la vida real. JamГЎs un rey de EspaГ±a pisГі el suelo de la AmГ©rica para mostrar en su persona el sГmbolo, la forma encarnada del derecho divino. ВЎVirreyes ridГculos, ГЎvidos, sin valor a veces para ponerse al frente de pueblos entusiastas por la dinastГa, acabaron de borrar en la conciencia americana el Гєltimo vestigio de la veneraciГіn por el personaje fabuloso que reinaba mГЎs allГЎ de los mares desconocidos, que pedГa siempre oro y que negaba hasta la libertad del trabajo!
No sabГamos nada, ni cГіmo se gobierna un pueblo, ni cГіmo se organiza la libertad; mГЎs aГєn, la masa popular concebГa la libertad como una vuelta al estado natural, como la cesaciГіn del impuesto, la aboliciГіn de la cultura intelectual, el campo abierto a la satisfacciГіn de todos los apetitos, sin mГЎs lГmites que la fuerza del que marcha al lado, esto es, del antagonista.
La revoluciГіn americana fue hecha por el grupo de hombres que habГan conseguido levantarse sobre el nivel de profunda ignorancia de sus compatriotas. Las masas los siguieron para destruir, y en el impulso recibido pasaron todos los lГmites. Al dГa siguiente de la revoluciГіn, nada quedГі en pie y los hombres de pensamiento que habГan procedido a la acciГіn, fueron quedando tendidos a lo largo del camino, impotentes para detener el huracГЎn que habГan desencadenado en su generoso impulso. Entonces aparecieron el gobierno primitivo, la fuerza, el prestigio, la audacia, reivindicando todos los derechos. ВїFormas, tradiciones, respetos humanos? La lanza de Quiroga, la influencia del comandante de campaГ±a, la astucia gaucha de Rosas. Y asГ, con simples diferencias de estilo e intensidad, del Plata al Caribe. Recibimos un mundo nuevo, bГЎrbaro, despoblado, sin el menor sГntoma de organizaciГіn racional[4 - La generosa tentativa de Carlos III y sus ministros en el sentido de dotar a la AmГ©rica de instituciones que favorecieran su desenvolvimiento, desapareciГі con la muerte del ilustre monarca. Bajo Carlos IV, la AmГ©rica y la EspaГ±a misma habГan vuelto a caer en la tristГsima situaciГіn en que se encontraban bajo el reinado del Гєltimo de los Hapsburgos. El Dr. D. Vicente F. LГіpez, en su magistral introducciГіn a la "Historia Argentina" nos ha sabido trazar un cuadro brillante de la elevada polГtica de Aranda y Florida-Blanca bajo Carlos III; pero Г©l mismo se ha encargado de probarnos, con su incontestable autoridad, que las leyes que nos regГan eran simples mecanismos administrativos, cuya acciГіn se concretaba a las ciudades, cuando no eran abortos impracticables, como la famosa "Ordenanza de Intendentes", cuyos ensayos de aplicaciГіn fueron un desastre. No es mi ГЎnimo, ni lo fue nunca, vilipendiar a la EspaГ±a, que nos dio lo que podГa darnos. El "motГn de Esquilache", que es una pГЎgina de la historia de Rusia bajo Pedro el Grande, nos da la nota del estado intelectual del pueblo espaГ±ol a fines del siglo pasado. Puede juzgarse cuГЎl serГa el de la mГЎs humilde de las colonias americanas.]: ВЎmГrese la AmГ©rica de hoy, cuГ©ntense los centenares de millares de extranjeros que viven felices en su suelo, nuestra industria, la explotaciГіn de nuestras riquezas, el refinamiento de nuestros gustos, las formas definitivas de nuestro organismo polГtico, y dГgasenos quГ© pedazo del mundo ha hecho una evoluciГіn semejante en medio siglo!
ВїQuiere esto decir que todo estГЎ hecho? ВЎAh! no. Comenzamos. Pero las conquistas alcanzadas no son de carГЎcter transitorio, porque determinan modos humanos, cuya excelencia, aprobada por la razГіn y sustentada por el bienestar comГєn, tiende a hacerlos perpetuos.
El primer escollo ha sido para nosotros, no ya la forma de gobierno, que fue fatalmente determinada por la historia y las ideas predominantes de la revoluciГіn, sino la naturaleza del gobierno republicano, su aplicaciГіn prГЎctica. La absurda concepciГіn de la libertad en los primeros tiempos originГі la constituciГіn de gobiernos dГ©biles, sin medios legales para defenderse contra las explosiones de pueblos sin educaciГіn polГtica, habituados a ver la autoridad bajo el prisma exclusivo del gendarme. Esa debilidad produjo la anarquГa, hasta que la reacciГіn contra ideas falsas y disolventes, ayudada por el cansancio de las eternas luchas intestinas, trajo por consecuencia inmediata los gobiernos fuertes, esto es, las dictaduras. Y asГ han vivido la mayor parte de los pueblos americanos, de la dictadura a la anarquГa, de la agitaciГіn incesante al marasmo sombrГo. Es hoy tan sГіlo, cuando empieza a incrustarse en la conciencia popular la concepciГіn exacta del gobierno, que se dota a los poderes organizados de todos los medios de hacer imposible la anarquГa, conservando en manos del pueblo las garantГas necesarias para alejar todo temor de dictadura. En ese sentido, la AmГ©rica ha dado ya pasos definitivos en una vГa inmejorable, abandonando tanto el viejo gusto por los prestigios personales, como por las utopГas generosas pero efГmeras de una organizaciГіn polГtica basada en teorГas seductoras al espГritu, pero en completa oposiciГіn con las exigencias positivas de la naturaleza humana. SГіlo asГ podremos salvarnos y asegurar el progreso en el orden polГtico. SoГ±ar con la implantaciГіn de una edad de oro desconocida en la historia, consagrar en las instituciones el ideal de los poetas y de los filГіsofos publicistas de la escuela de Clarke, que escribГa en su gabinete una constituciГіn para un pueblo que no conocГa, es simplemente pretender substraernos a la ley que determina la acciГіn constante de nuestro organismo moral, idГ©ntico en Europa y en AmГ©rica. Reformar, lentamente, evitar las sacudidas de las innovaciones bruscas e impremeditadas conservar todo lo que no sea incompatible con las exigencias del espГritu moderno; he ahГ el Гєnico programa posible para, los americanos.
Puede hoy decirse con razГіn que el triste empleo de intendente de finanzas, en las viejas monarquГas, se ha convertido en el primer cargo del gobierno en nuestras jГіvenes sociedades. El estudio de las necesidades del comercio, la solicitud previsora que ayuda al desarrollo de la industria, la economГa y la pureza administrativas, son hoy las fuentes vivas de la polГtica de un paГs. В«Hacedme buena polГtica y yo os harГ© buenas finanzasВ», decГa el barГіn Louis a NapoleГіn. En el mundo actual, una inversiГіn de la frase debiera constituir el verdadero catecismo gubernamental.
En cuanto a la situaciГіn de la AmГ©rica en el momento en que escribo estas lГneas, puede decirse en general que, salvo algunos paГses como la RepГєblica Argentina y MГ©jico, que marchan abiertamente en la vГa del progreso, estГЎ pasando por una crisis seria, cuyas consecuencias tendrГЎn indiscutible influencia sobre sus destinos. Una guerra deplorable, por un lado, cuyo tГ©rmino no se entrevГі aГєn, ha llevado la desolaciГіn a las costas del PacГfico hasta el Ecuador. La patria de Olmedo es hoy el teatro de una de esas interminables guerras civiles cuya responsabilidad solidaria arroja el espГritu europeo sobre la AmГ©rica entera.
La guerra del PacГfico fue el primero de los graves errores cometidos por Chile en los Гєltimos cuatro aГ±os. No es este el momento, ni entra en mi propГіsito estudiar las causas que la originaron ni establecer las responsabilidades respectivas; pero no cabe duda que la influencia irresistible de Chile, la lenta invasiГіn de su comercio y de su industria a lo largo de las costas del OcГ©ano, desde Antofagasta a PanamГЎ, se habrГa ejercido de una manera fatal, dando por resultado la prosperidad chilena, mГЎs seguramente que por la victoria alcanzada. En 1879 el que estas lГneas escribe visitГі los paГses que habГan iniciado ya la larga contienda. Recorriendo mis apuntes de esa Г©poca, algunos de los que han sido publicados, veo que los acontecimientos han justificado mis previsiones, cuando auguraba la victoria de Chile y no veГa mГЎs medio de poner tГ©rmino a la lucha que la interposiciГіn amistosa de los paГses que se encontraban en situaciГіn de ser oГdos por los beligerantes.
Chile, por la gravedad de sus exigencias, perdiГі dos ocasiones admirables de arribar a la paz: despuГ©s de la toma de Arica y despuГ©s de la ocupaciГіn de Lima. La victoria no habГa podido ser mГЎs completa; Bolivia, en el hecho, se habГa retirado de la lucha, y el PerГє estaba exГЎnime a sus pies, desquiciado, sin formas orgГЎnicas, sin gobierno. La desmembraciГіn exigida, el vilipendio de un vasallaje disfrazado, la dura actitud del vencedor, hicieron imposible la formaciГіn de un gobierno capaz de aceptar tales imposiciones. Actitudes semejantes traen obligaciones gravГsimas; se necesita, para hacerlas fecundas, una rapidez de acciГіn y una cantidad de elementos de que Chile no podГa disponer. DespuГ©s de Chorrillos, era necesario marchar, sobre Arequipa, ocupar firmemente el PerГє entero, esto es, proceder a la prusiana. Chile se ha estrellado contra esa imposibilidad material; sГіlo es dueГ±o de la tierra que pisan sus soldados, pero sus soldados no son numerosos y en cada encuentro, aunque la victoria le quede fiel, sus filas clarean y no es ya posible reemplazar las bajas. Si se piensa que Chile no tiene inmigraciГіn que trabaje, mientras sus hijos se baten, se comprenderГЎ la penosa situaciГіn de la agricultura y de la minerГa, los dos principales ramos de la industria chilena. Luego, la creaciГіn de un elemento militar, cuyos males estГЎn aГєn sin conocerse por Chile, el desenvolvimiento de una inmensa burocracia por las necesidades de la ocupaciГіn, los gastos enormes que Г©sta importa, la corrupciГіn, que es una consecuencia fatal de tales situaciones, el decaimiento del comercio, son razones mГЎs que suficientes para preocupar a los chilenos que aman a su paГs y miran al porvenir.
Chile, inspirado por un orgullo nacional mal entendido, ha dificultado la acciГіn de los gobiernos que en nombre de sentimientos de humanidad y alta polГtica hubieran deseado ofrecer sus buenos oficios para preparar una soluciГіn. Fue un error cuyas consecuencias sufre en este momento.
En cuanto al PerГє, su situaciГіn es tan deplorable, que no se concibe que la prolongaciГіn de la lucha pueda empeorarla. Rara vez se ha visto en la historia la desapariciГіn mГЎs completa de un paГs, en sus formas ostensibles. Pero esta larga y terrible crisis ha puesto de manifiesto la profunda debilidad de su organizaciГіn y los vicios que la minaban. Cuando la paz se haga, y algГєn dГa se harГЎ, el PerГє saldrГЎ lentamente de su tumba, pensando en hacer vida nueva, en la paz, en el orden y el trabajo. MaldecirГЎ los raudales de oro del guano y el salitre, y sГіlo se ocuparГЎ de cultivar su suelo admirable. La lecciГіn ha sido sangrienta; pero la vida de los pueblos no es de un dГa, y pronto las amargas horas pasadas aparecerГЎn a los peruanos como el punto de partida de una Г©poca de prosperidad.
En las pГЎginas que van a leerse, dedicadas en su mayor parte a Colombia y Venezuela, se verГЎ cuГЎl es la situaciГіn de ambos paГses. He sido relativamente parco en mi apreciaciГіn de la actualidad de Venezuela, porque se encuentra en un momento de plena evoluciГіn. El hombre que hoy la gobierna, el general GuzmГЎn Blanco, representa sin duda un rГ©gimen al que los argentinos tenemos el derecho histГіrico de negar nuestras simpatГas. Pero serГa una torpeza confundirlo con los vulgares dictadores que han ensangrentado el suelo de la AmГ©rica. El progreso material de Venezuela bajo su gobierno es indiscutible, y la paz, que ha sabido conservar en un paГs donde la guerra hasta ahora diez aГ±os era el estado normal, le serГЎ contada como uno de sus mejores tГtulos por el juicio de la posteridad. Pero, lo repito, no es este el momento de formular una opiniГіn sobre Venezuela; ensaya sus nuevas instituciones, tantea la adaptaciГіn de nuevas industrias a su suelo maravilloso y pasarГЎn algunos aГ±os antes que su reciente organizaciГіn tome caracteres definitivos.
Los paГses americanos situados sobre el AtlГЎntico han sentido mГЎs rГЎpida e intensamente la acciГіn de la Europa, fuente indudable de todo progreso, y han conseguido emanciparse mГЎs pronto de la rГ©mora colonial. Es con legГtimo orgullo cГіmo un argentino puede hablar hoy de su paГs, porque no hay espectГЎculo que levante y consuele mГЎs el corazГіn de un hombre, que el de un pueblo laborioso, inteligente y ГЎvido de desenvolvimiento, marchando con firmeza, al amparo del orden y de la libertad, en el camino de sus grandes destinos. El ejemplo de prudencia admirable que en sus relaciones internacionales ha dado la RepГєblica Argentina, no serГЎ infecundo para la AmГ©rica. Con tradiciones guerreras, con un pueblo habituado a la lucha constante, para el que los combates, como para los viejos germanos, tienen atractivos irresistibles, sosteniendo causas consagradas por un derecho palmario, hemos sabido acallar los enГ©rgicos Гmpetus del patriotismo entusiasta, para encerrarnos y perseverar en una polГtica correcta y prudente que al fin, honorablemente, nos ha dada la mГЎs grande de las victorias que puede alcanzar un pueblo americano: la paz.
Erigido el principio de arbitraje en invariable lГnea de conducta, resolvimos por ese medio las cuestiones que habГa suscitado la guerra con el Paraguay, a la que tan bГЎrbaramente se nos provocГі en 1865. MГЎs tarde, la larga controversia de lГmites con Chile fue resuelta por una transacciГіn directa que, no sГіlo satisfizo el honor de ambas naciones, sino que asegurГі al comercio universal la libre navegaciГіn y la neutralidad del Estrecho de Magallanes. SГіlo tenemos pendiente en el dГa de la fijaciГіn definitiva de nuestras fronteras con el Brasil. En documentos que han visto la luz pГєblica, el gobierno argentino ha propuesto ya al gabinete de San CristГіbal la adopciГіn del arbitraje. Sea por este medio, sea por transacciГіn directa, hay el derecho de esperar que la cuestiГіn serГЎ resuelta sin necesidad de apelar a la guerra, cuyos resultados serГan fatales seguramente a aquel de los dos pueblos cuya obstinaciГіn la haga imprescindible.
La era de las discordias civiles se ha cerrado tambiГ©n en el suelo argentino, porque las causas que la producГan han cesado, con la organizaciГіn definitiva de la naciГіn. Desde los extremos de la Patagonia a los lГmites con Bolivia, desde los mГЎrgenes del Plata al pie de los Andes, no se oye hoy sino el ruido alentador de la industria humana, no se ven sino movimientos de tierra, colocaciГіn de rieles, canalizaciones, instalaciones de mГЎquinas, cambios diorГЎmicos de suelos vГrgenes en campos labrados. Las ciudades se transforman ante los ojos de sus propios hijos que miran absortos el fenГіmeno; las rentas pГєblicas se duplican; el oro europeo acude a raudales, para convertirse en obras de progreso; el crГ©dito se extiende y se afirma; la emigraciГіn aumenta. Tenemos motivos de pura satisfacciГіn, pero al mismo tiempo graves responsabilidades. Es necesario conservar la paz interna a todo trance y hacer una verdad constante de nuestras instituciones; en una palabra: seguir la ruta en que marchamos.
Si hay algГєn paГs americano en estos momentos cuya situaciГіn requiera calma, prudencia sabia, en una palabra, es indudablemente el Brasil; gobernado por un prГncipe que ha sabido conquistar el cariГ±o de sus sГєbditos y el respeto del mundo, tiene elementos en su seno para conjurar los graves peligros que lo amenazan. Su situaciГіn financiera no es tranquilizadora; el aumento de los gastos sin una progresiГіn anГЎloga en los ingresos, los emprГ©stitos sucesivos en vista de la adquisiciГіn de elementos de guerra y las deficiencias dolorosamente comprobadas en el sistema administrativo: he ahГ las causas principales de una crisis que no tardarГЎ en tomar proporciones alarmantes. Por otro lado, pronto desaparecerГЎ – y para siempre – de la constituciГіn brasileГ±a la triste sombra de la esclavitud. Sea falta de previsiГіn en el gobierno, sea enceguecimiento sistemГЎtico de los propietarios rurales, el hecho es que, si bien esa liberaciГіn serГЎ un honor para el Brasil, su industria va a pasar por un momento angustioso cuando sea necesario acudir al trabajo libre para reemplazar al trabajo esclavo. La apariciГіn de la cuestiГіn de salarios, de las huelgas, la escasez de brazos por la insignificante inmigraciГіn, la difГcil vigilancia policial sobre el millГіn y medio de negros que de la noche a la maГ±ana van a recuperar su libertad, muchos de ellos lleno el corazГіn de odios, todas las dificultados de un cambio radical van a constituir una crisis econГіmica formidable.
Por otro lado, la situaciГіn polГtica amenaza perturbaciones, el espГritu democrГЎtico gana camino cada dГa, asГ como los sГntomas de segregaciГіn en un porvenir no lejano. Falta homogeneidad en ese vasto y despoblado territorio; las aspiraciones de los tres grupos del Norte, Centro y Sur, no siguen rutas paralelas. Una agitaciГіn sorda trabaja las provincias del Imperio, y la dinastГa, personificada en absoluto en el Emperador dignГsimo que rige los destinos de este pueblo, corre grandes riesgos de desaparecer el dГa, que Dios aleje, de la muerte de Don Pedro II. Pueden fГЎcilmente adivinarse el resultado y las consecuencias para el Brasil, si su mala estrella lo lleva en las actuales circunstancias a suscitar una guerra americana. Hay, indudablemente, un partido que la desea, sea guiado por sentimientos de un egoГsmo antipatriГіtico, sea en la esperanza de romper el nudo de dificultades por el sistema de Alejandro. Bueno es no olvidar que el instrumento indispensable para esa operaciГіn es, ante todo, la espada del hГ©roe macedonio.
El Brasil, lo repito, puede conjurar sus peligros con una polГtica internacional franca y pacГfica, con reformas radicales en su sistema financiero, y con una aplicaciГіn mГЎs prГЎctica y verdadera del rГ©gimen parlamentario. De Г©l, exclusivamente de Г©l, depende vivir en paz con todos los pueblos de AmГ©rica, que aplaudirГan sus progresos, pero que opondrГan una muralla de acero a lodo acto inspirado por ambiciГіn de engrandecimiento territorial.
El Uruguay no ha salido aГєn de la Г©poca difГcil; el militarismo impera allГ y el elemento inteligente ha sido diezmado en el esfuerzo generoso por implantar la libertad. Los destinos de ese pedazo de tierra maravillosamente dotado, constituyen hoy uno de los problemas mГЎs graves de la AmГ©rica. Antigua provincia del virreinato del RГo de la Plata, el pueblo oriental tiene la misma sangre, las mismas tradiciones, el mismo idioma, que el que a su lado marcha al progreso a pasos de gigante. Las leyes histГіricas de atracciГіn parecen dibujar una soluciГіn mirada con ojos simpГЎticos a ambas mГЎrgenes del inmenso estuario comГєn, pero que ningГєn gobierno argentino provocarГЎ por medios violentos. El dГa que los orientales pidan, por la voz de un congreso, volver a ocupar su puesto en el seno de la gran familia, serГЎn recibidos con los brazos abiertos y ocuparГЎn un sitio de honor en la marcha del progreso, como lo ocuparon siempre en las batallas donde corriГі mezclada su sangre con la argentina. Entretanto, el que atribuya al gabinete de Buenos Aires propГіsitos anexionistas, se engaГ±a por completo. En primer lugar, nuestro sistema federal no permite sino incorporaciones de Estados federativos, y en segundo tГ©rmino, la polГtica argentina tiene por base inmutable el respeto a la voluntad popular. JamГЎs, por la violencia, se aumentarГЎ en un palmo el territorio argentino.
Amo mi buena tierra americana sobre todas las regiones de la tierra. ВїEs porque en ella se extienden los campos de mi patria, de la que mi alma vive cerca, aunque de lejos mi cerebro se consuma por ella en el anhelo ardiente de servirla? ВїEs porque en la colectividad moral de los hombres que la habitan, veo brillar la altura del carГЎcter, la abnegaciГіn de la vida, la lealtad y el honor? No lo sГ©; pero en mis momentos de duda amarga, cuando mis faros simpГЎticos se oscurecen, cuando la corrupciГіn yanqui me subleva el corazГіn o la demagogia de media calle me enluta el espГritu en ParГs, reposo en una confianza serena y me dejo adormecer por la suave visiГіn del porvenir de la AmГ©rica del Sur; ВЎparГ©ceme que allГ brillarГЎ de nuevo el genio latino rejuvenecido, el que recogiГі la herencia del arte en Grecia, del gobierno en Roma, del que tantas cosas grandes ha hecho en el mundo, que ha fatigado la historia!
Si es una ilusiГіn, perseveremos en ella y hagГЎmonos dignos de que nos visite con frecuencia; sГіlo pensando en cosas grandes se prepara el alma a ejecutarlas. Que un americano descienda a lo mГЎs Гntimo de su ser, donde palpita un ГЎtomo del alma de su pueblo, que la consulte, y luego de comprobadas sus pulsaciones vigorosas, se atreva a negar que estГЎ pronto a todas las evoluciones que puedan llevar a la cumbre. Los hombres no son nada, las ideas lo son todo. Las rencillas locales son Гnfimas miserias que enferman y esterilizan el espГritu de aquel que de ellas se ocupa; hay algo mГЎs arriba, es el porvenir, es la suerte de nuestros hijos, es el honor de nuestra raza. Al trabajo, pues; el tiempo vuela y a su amparo las transformaciones se operan como si la mano de Dios las produjera.
Septiembre, 1883.
CAPITULO I
De Buenos Aires a Burdeos
De nuevo en el mar. – La bahГa de RГo de Janeiro. – La rada y la ciudad. – Tijuca. – Las costas de ГЃfrica. – La hermana de caridad. – El Tajo. – La cuarentena en el Gironde. – Burdeos
Once more upon the waters;Yet once more!
В В В В (BYRON, Ch. II. III.)
ВЎEternamente bello ese arco triunfal del suelo americano! Parece que el mar hubiera sido atraГdo a aquella ensenada por un canto irresistible y que, al besar el pie de esas montaГ±as cubiertas de bosques, al reflejar en sus aguas los ГЎrboles del trГіpico y los elegantes contornos de los cerros, cuyas almas dibujan sobre un cielo profundo y puro, lГneas de una delicadeza exquisita, el mismo ocГ©ano hubiera sonreГdo desarmado, perdiendo su ceГ±o adusto, para caer adormecido en el seno de la armonГa que lo rodeaba. JamГЎs se contempla sin emociГіn ese cuadro, y no se concibe cГіmo los hombres que viven constantemente con ese espectГЎculo al frente, no tengan el espГritu modelado para expresar en altas ideas todas las cosas grandes del cielo y de la tierra. Tal asГ, la naturaleza helГ©nica, con sus montaГ±as armoniosas y serenas, como la marcha de un astro, su cielo azul y transparente, las aguas generosas de sus golfos, que revelan los secretos todos de su seno, arrojГі en el alma de los griegos ese sentimiento inefable del ideal, esa concepciГіn sin igual de la belleza, que respira en las estrofas de sus poetas y se estremece en las lГneas de sus mГЎrmoles esculpidos. Pero el suelo de la Grecia estГЎ envuelto, como en un manto cariГ±oso, por una atmГіsfera templada y sana, que excita las fuerzas fГsicas y da actividad al cerebro. Sobre las costas que baГ±a la bahГa de RГo de Janeiro, el sol cae a plomo en capas de fuego, el aire corre abrasado, los despojos de una vegetaciГіn lujuriosa fermentan sin reposo y la savia de la vida se empobrece en el organismo animal.
AsГ, bajad del barco que se mece en las aguas de la bahГa; habГ©is visto en la tierra los cocoteros y las palmeras, los bananos y los dГЎtiles, toda esa flora caracterГstica de los trГіpicos, que hace entrar por los ojos la sensaciГіn de un mundo nuevo; creГ©is encontrar en la ciudad una atmГіsfera de flores y perfumes, algo como lo que se siente al aproximarse a TucumГЎn, por entre bosques de laureles y naranjales, o al pisar el suelo de la bendecida isla de TahitГ… Y bien, ВЎquedГЎos siempre en el puerto! ВЎSaciad vuestras miradas con ese cuadro incomparable y no bajГ©is a perder la ilusiГіn en la aglomeraciГіn confusa de casas raquГticas, calles estrechas y sucias, olores nauseabundos y atmГіsfera de plomo!.. Pronto, cruzad el lago, trepad los cerros y a PetrГіpolis. Si no, a Tijuca. PetrГіpolis es mГЎs grandiosa y los cuadros que se desenvuelven en la magnГfica ascenciГіn no tienen igual en la Suiza o en los Pirineos. Pero prefiero aquel punto perdido en el declive de dos montaГ±as que se recuestan perezosamente una en brazos de la otra, prefiero Tijuca con su silencio delicioso, sus brisas frescas, sus cascadas cantando entre los ГЎrboles y aquellos rГЎpidos golpes de vista que de pronto surgen entre la soluciГіn de los cerros, en los que pasa rГЎpidamente, como en un diorama gigantesco, la bahГa entera con sus ondas de un azul intenso, la cadena caprichosa de la ribera izquierda, las islas verdes y elegantes, la ciudad entera, bellГsima desde la altura. No llega allГ ruido humano, y esa calma callada hace que el corazГіn busque instintivamente algo que allГ falta: el espГritu simpГЎtico que goce a la par nuestra, la voz que acaricie el oГdo con su timbre delicado, la cabeza querida que busque en nuestro seno un refugio contra la melancolГa Гntima de la soledad…
ВЎProa al Norte, proa al Norte!
Una que otra, bella noche de luna a la altura de los trГіpicos. El mar tranquilo arrastra con pereza sus olas pequeГ±as y numerosas; los horizontes se ensanchan bajo un cielo sereno. La soledad por todas partes y un silencio grande y solemne, que interrumpe sГіlo la eterna hГ©lice o el fatigado respirar de la mГЎquina. A proa, cantan los marineros; a popa, aislados, algunos hombres que piensan, sufren y recuerdan, hablando con la noche, fijos los ojos en el espacio abierto, y siguiendo sin conciencia el arco maravilloso de un meteoro de incomparable brillo que, a lo lejos, parece sumergirse en las calladas aguas del OcГ©ano. Abajo, en el comedor, el rechinar de un piano agrio y destemplado, la sonora y brutal carcajada de un jugador de Гіrdago, el ruido de botellas que se destapan, la vocerГa insГpida de un juego de prendas. Sobre el puente, el joven oficial de guardia, inmГіvil, recostado sobre la baranda, meciГ©ndose en los infinitos sueГ±os del marino y reposando en la calma segura de los vientos dormidos. De pronto, cuatro pipas encendidas como hogueras, aparecen seguidas de sus propietarios. Hablan todos a la vez: cueros, lanas, gГ©neros o aceites… El encanto estГЎ roto; en vano la luna los baГ±a cariГ±osa, los envuelve en su encaje, como pidiГ©ndoles decoro ante la simple majestad de su belleza. Hay que dar un adiГіs al fantaseo solitario e ir a hundirse en la infame prisiГіn del camarote…
He aquГ las costas de ГЃfrica, Goroa, con su vulgar aspecto europeo; Dakar, con sus arenales de un brillo insoportable, sus palmas raquГticas, su aire de miseria y tristeza infinita, sus negrillos en sus piraguas primitivas o nadando alrededor del buque como cetГЎceos. La falange de a bordo se aumenta; todos esos В«pioneersВ» del ГЃfrica vienen quebrantados, macilentos, exhaustos. Las mujeres transparentes, deshechas, y aun las mГЎs jГіvenes, con el sello de la muerte prematura. AsГ subiГі en 1874 aquella dulce y triste criatura, aquella hermana de caridad de 20 aГ±os, que volvГa a Francia despuГ©s de haber cumplido su tiempo en los hospitales del Senegal. Silenciosa y tГmida, quiso marchar sola al pisar la cubierta; sus fuerzas flaquearon, vacilГі y todas las seГ±oras que a bordo se encontraban, corrieron a sostenerla. Todos los dГas era conducida al puente, para respirar y absorber el aire vivificante del OcГ©ano: los niГ±os la rodeaban, se echaban a sus pies y permanecГan quietecitos, mientras ella les hablaba con voz dГ©bil como un soplo e impregnada de ese eco Гntimo y profundo que anuncia ya la liberaciГіn. ВЎJamГЎs mujer alguna me ha inspirado un sentimiento mГЎs complejo que esa joven desgraciada; mezcla de lГЎstima, respeto, cariГ±o, irritaciГіn por los que la lanzaron a esa vГa de dolor, indignaciГіn contra ese destino miserable! ParecГa confundida por los cuidados que le prodigaban; hablaba, con los ojos hГєmedos, de los seres queridos que iba a volver a ver, si Dios lo permitГa… A la caГda de una tarde serena se abriГі ante nuestras miradas ГЎvidas el bello cuadro de la Gironde, rodeado de encantos por las sensaciones de la llegada. La alegrГa reinaba a bordo; se cambiaban apretones de manos, habГa sonrisas hasta para los indiferentes. Cuando salvamos la barra y aparecieron las risueГ±as riberas de Paulliac, con sus castillos baГ±ados por el Гєltimo rayo de sol, sus viГ±edos trepando alegres colinas… la hermana de caridad llevaba sus dos manos al pecho, oprimГa la cruz y levantando los ojos al cielo, rendГa la vida en una suprema y muda oraciГіn… Cuando la noticia, que corriГі a bordo apagando todos los ruidos y extinguiendo todas las alegrГas, llegГі a mis oГdos, sentГ el corazГіn oprimido, y mis ojos cayeron sobre estas palabras de un libro de Dickens, que, por una coincidencia admirable, acababa de leer en ese mismo instante: В«No es sobre el suelo donde concluye la justicia del cielo. Pensad en lo que es la tierra, comparada al mundo hacia el cual esa alma angelical acaba de remontar su vuelo prematuro, y decidme, si os fuere posible, por el ardor de un voto solemne, pronunciado sobre ese cadГЎver, llamarlo de nuevo a la vida, decidme si alguno de vosotros se atreverГa a hacerlo oГr»…
ВЎSalud al Tajo mezzo-cuale! ВЎQuГ© orillas encantadas! Es una perspectiva como la de esos juguetes de Nuremberg, con sus campos verdes y cultivados, sus casillas caprichosas en las cimas y los millares de molinos de viento que, agitando sus brazos ingenuos, dan movimiento y vida al paisaje. He ahГ la torre de BelГ©n, que saludo por quinta vez. ВїCГіmo es posible filigranar la piedra a la par del oro y la plata? ВїDe dГіnde sacaban los algarbes el ideal de esa arquitectura esbelta, transparente, impalpable? Hemos perdido el secreto; el espГritu moderno va a la utilidad y la obra maestra es hoy el cubo macizo y pesado de Regent's Street o de la Avenida de la Opera. Un albaГ±il ГЎrabe ideaba y construГa un corredor de la Alhambra o del Generalife, con sus pilares invisibles, sus arcos calados; todos los ingenieros de Francia se reГєnen en concurso, y el triunfador, el representante del arte moderno, construye el teatro de la Opera, esto es, ВЎun aerolito pesado, informe, dorado en todas las costuras!
El ancla cae; una lancha se aproxima, dentro de la cual hay dos o tres hombres Г©ticos y sГіrdidos; se les alargan unos papeles en la punta de una tenaza. Apruebo la tenaza, que garantiza la salud de a bordo, probablemente comprometida con el contacto de aquellos caballeros. Estamos en cuarentena. Los viajeros flamantes se irritan y blasfeman; los veteranos nos limitamos a citarles el caso de aquel barco de vela salido de San Francisco de California con patente limpia y llegado a Lisboa, habiendo doblado el Cabo Hornos y despuГ©s de nueve meses de navegaciГіn, sin hacer una sola escala y que fue puesto gravemente en cuarentena, a causa de haber arribado en mala estaciГіn. Porque es necesario saber que en Lisboa la cuarentena se impone durante los primeros nueve meses del aГ±o y se abre el puerto en los Гєltimos tres, haya o no epidemias en los puntos de donde vinieron los buques que arriban a esa rada hospitalaria. Esta suspensiГіn de hostilidades tiene por objeto sacar a licitaciГіn la empresa del lazareto, fuente principal de las rentas de Portugal. ВїEstamos?
Bajan veinte personas; cada una pagarГЎ en el lazareto dos pesos fuertes diarios, es decir, todas, en diez dГas, dos mil francos. Venimos a bordo mГЎs de 300 pasajeros, que descenderГamos todos si no hubiese cuarentena, pasarГamos medio dГa y una noche en Lisboa, gastando cada uno, tГ©rmino medio, en hotel, teatro, carruaje, compras, etc., 15 pesos fuertes; total, unos 20.000 francos, aproximadamente, de los que cinco o seis entrarГan por derechos, impuestos, alcabalas, patentes y demГЎs, en las arcas fiscales. EconomГa portuguesa.
ВЎQuГ© rГЎpida y curiosa decadencia la de Portugal! La naturaleza parece haber designado a Lisboa para ser la puerta de todo el comercio europeo con la AmГ©rica. Su suelo es admirablemente fГ©rtil y sus productos buscados por el mundo entero. En los grandes dГas, tuvo el sol constantemente sobre sus posesiones. Sus hazaГ±as en Asia fueron Гєtiles a la Inglaterra. Vasco doblГі el cabo para los ingleses, y los esfuerzos para colonizar las costas africanas tuvieron igual resultado. La independencia del Brasil fue el golpe de gracia, y en el dГa… ВЎnadie lee a CamГ¶ens!
El golfo de Vizcaya nos ha recibido bien y la Gironde agita sus flancos, cruje, vuela, para echar su ancla frente a Pauillac antes de anochecer. A lo lejos, entre las mГЎrgenes del rГo que empiezan a borrarse envueltas en la sombra, vemos venir dos lanchas a vapor. Desde hace dos horas, la mitad de los pasajeros estГЎn con su saco en la mano y cubiertos con el sombrero alto, al que un mes de licencia ha hecho recuperar la forma circular y que, al volver al servicio, deja en la frente aquella raya cruel, rojiza, que el famoso capitГЎn Cutler, de Dombey and Son, ostentaba eternamente. Una lancha, es la de la agencia. Pero, Вїla otra? Para nosotros, oh, infelices, que hemos hecho un telegrama a Lisboa, pidiГ©ndola, a fin de proporcionarnos dos placeres inefables; primero, evitar ir con todos ustedes, sus baГєles enormes, sus loros, sus pipas, etc., y segundo, para pisar tierra veinte horas antes que el comГєn de los mortales. El patrГіn del vaporcito lanza un nombre; respondo, reГєno los compaГ±eros, me acerco a algunas seГ±oras para ofrecerles un sitio en mi nave, que rehГєsan pesarosas; un apretГіn de manos a algunos oficiales de la Gironde que han hecho grata la travesГa, y en viaje.
Es un sensualismo animal, si se quiere, pero no vivo en las alturas etГ©reas de la inmaterialidad y aquella cama ancha, vasta, las sГЎbanas de un hilo suave y fresco, el silencio de las calles, el suelo inmГіvil, me dan una sensaciГіn delicada. Al abrir los ojos a la maГ±ana, entra mi secretario. Conoce Burdeos al revГ©s y al derecho; ha visto el teatro, los Quinquonces, ha trepado a las torres, ha bajado a las criptas y visitado las momias, ha estado en la aduana y sabe quГ© funciГіn se da esa noche en todos los teatros. Y entretanto, ВЎyo dormГa! El no lo concibe, pero yo sГ. A la tarde, le anuncio que me quedarГ© a reposar un par de dГas en Burdeos y una nube cubre su cara juvenil. Tiene la obsesiГіn de ParГs; le parece que lo van a sacar de donde estГЎ, que va a llegar tarde, que es mentira, un sueГ±o de convenciГіn, ajustado entre los nombres para dar vuelta la cabeza a media humanidad… AsГ, ВЎquГ© brillo en aquellos ojos, cuando le propongo que se vaya a ParГs esa misma noche, con algunos compaГ±eros, y que me espere allГ! Titubea un momento; yendo de noche, no verГЎ las campiГ±as de la Turena, Angulema, Poitiers, Blois, ВЎpero ParГs! ВЎY vibrante, ardoroso como un pГЎjaro a quien dan la libertad, se embarca con el alma rebosando llena de himnos!
CAPITULO II
En ParГs
En viaje para ParГs. – De Bolivia a RГo de Janeiro en mula. – La Turena. – En ParГs. – El Louvre y el Luxemburgo. – CГіmo debe visitarse un museo. – La CГЎmara de Diputados: Gambetta. – El Senado: Simon y PelletГЎn. – El 14 de Julio en ParГs. – La revista militar: M. GrГ©vy. – Las plazas y las calles por la noche. – La Marsellesa. – La sesiГіn anual del Instituto. – M. RenГЎn
A mi vez, pero con toda tranquilidad, tomo el tren una linda maГ±ana, y empezamos a correr por aquellos campos admirables. Los viajeros americanos conocemos ya la Francia, ParГs y una que otra gran ciudad del litoral. La vida de la campiГ±a nos es completamente desconocida. Es uno de los inconvenientes del ferrocarril, cuya rapidez y comodidad ha destruido para siempre el carГЎcter pintoresco de las travesГas. Mi padre viajГі todo el MediodГa de la Francia y la Italia entera en una pequeГ±a calesa, proveyГ©ndose de caballos en las postas. SГіlo de esa manera se hace conocimiento Гntimo con el paГs que se recorre, se pueden estudiar sus costumbres y encontrar curiosidades a cada paso. Pero entre los extremos, el romanticismo no puedo llegar nunca a preferir una mula a un express. Uno de mis tГos, el coronel don Antonio CanГ©, despuГ©s de la muerte del general Lavalle, en Jujuy, acompaГ±Гі el cuerpo de su general hasta la frontera de Bolivia, junto con los Ramos MexГa, Madero, FrГas, etc. QuedГі enfermo en uno de los pueblos fronterizos, y cuando sus compaГ±eros se dispersaron, unos para tomar servicio en el ejГ©rcito boliviano, otros en direcciГіn a Chile o Montevideo, Г©l tomГі una mula y se dirigiГі al Brasil, que atravesГі de oeste a este, llegando a RГo de Janeiro despuГ©s de seis u ocho meses, habiendo recorrido no menos de 600 leguas. MГЎs tarde, su cuГ±ado don Florencio Varela, le interrogaba sin cesar, deplorando que la educaciГіn y los gustos del viajero no le hubieran permitido anotar sus impresiones. CanГ© habГa realizado ese viaje estupendo, deteniГ©ndose en todos los puntos en que encontraba buena acogida… y buenas mozas. Pasado el capricho, volvГa a montar su mula, y asГ, de etapa en etapa, fue a parar a las costas del AtlГЎntico. Admiro, pero prefiero la lГnea de Orleans, sobre la que volamos en este momento, desenvolviГ©ndose a ambos lados del camino los campos luminosos de la Turena, admirablemente cultivados y revelando, en su solo aspecto, el secreto de la prosperidad extraordinaria de la Francia. Los canales de irrigaciГіn, caprichosos y alegres como arroyos naturales, se suceden sin interrupciГіn. De pronto caemos a un valle profundo, que serpea entre dos elevadas colinas cubiertas de bosques; por entre los ГЎrboles, aparece en la altura un castillo feudal, de toscas piedras grises, cuya vetustez caracterГstica contrasta con la blancura del humilde hameau que duerme a su sombra; las perspectivas cambian constantemente, y los nombres que van llegando al oГdo, Angulema, Bois, Amboise, Chatellerault, Poitiers, etc., hacen revivir los cuadros soberbios de la vieja historia de Francia…
Ya las aldeas y villorrios aumentan a cada instante, se aglomeran y precipitan, con sus calles estrechas y limpias, sus casas de ladrillo quemado, sus techos de pizarra y teja. Los caminos carreteros son anchos, y el pavimento duro y compacto, resuena al paso de la pesada carreta, tirada por el majestuoso percherГіn, que arrastra sin esfuerzo cuatro grandes piedras de construcciГіn, con sus nГєmeros rojizos. Luego, tГєneles, puentes, viaductos, calles anchas, aereadas, multitud de obreros, movimiento y vida. Estamos en ParГs.
A mediodГa, una visita a los viejos amigos queridos, que esperan dulce y pacientemente y que, para recibiros, toman la sonrisa de la Joconda, se envuelven en los tules luminosos de la ConcepciГіn, o despojГЎndose de sus ropas, ostentan las carnes deslumbrantes de Rubens. Al Louvre, al Luxemburgo; un dГa el mГЎrmol, otro el color, un dГa a la Grecia, otro al Renacimiento, otro a nuestro siglo soberbio. Pero lentamente, mis amigos; no como un condenado, que empieza con la В«Balsa de la MedusaВ» y acaba con los В«MonjesВ» de Lesueur y sale del Museo con la retina fatigada, sin saber a punto fijo si el EspaГ±oleto pintaba VГrgenes; Murillo, batallas; Rafael, paisajes, o Miguel ГЃngel, pastorales. Dulce, suavemente; Вїte gusta un cuadro? Nadie te apura; gozarГЎs mГЎs confundiendo voluptuosamente tus ojos en sus lГneas y color, que en la frenГ©tica y bulliciosa carrera que te impone el guГa de una sala a otra. El catГЎlogo en la mano, pero cerrado; camina lentamente por el centro de los salones: de pronto una cara angГ©lica te sonrГe. La miras despacio; tiene cabellos de oro y cuyo perfume parece sentirse; los ojos, claros y profundos, dejan ver en el fondo los latidos tranquilos de una alma armoniosa. Si te retiene, quГ©date; piensa en el autor, en el estado de su espГritu cuando pintГі esa figura celeste, en el ideal flotante de su Г©poca, y luego, vuelve los ojos a lo Гntimo de tu propio ser, anima los recuerdos tГmidos que al amparo de una vaga semejanza asoman sus cabecitas y temiendo ser importunos, no se yerguen por entero. Luego, olvГdate del cuadro, del arte, y mientras la mirada se pasea inconsciente por la tela, cruza los mares, remonta el tiempo, da rienda suelta a la fantasГa, sueГ±a con la riqueza, la gloria o el poder, siente en tus labios la vibraciГіn del Гєltimo beso, habla con fantasmas. SГіlo asГ puede producir la pintura la sensaciГіn profunda de la mГєsica; sГіlo asГ, las lГneas esculturales, ondeando en la gradaciГіn inimitable de las formas humanas, en el esbozo de un cuello de mujer, en las curvas purГsimas, y entre los griegos castas, del seno; en los hombros contorneados de una virgen de mГЎrmol o en el vigor armГіnico de un efebo; sГіlo asГ, da la piedra el placer del ritmo y la melodГa. Naturalmente, la materialidad de la causa limita el campo; una cabeza del Ticiano, una bacanal de Rubens, un interior de Rembrandt, un monje de ZurbarГЎn, darГЎn una serie de impresiones definidas, vinculadas al asunto de la tela. He ahГ por quГ© el mГЎrmol y el lienzo son inferiores a la mГєsica, que abre horizontes infinitos, dibuja catedrales medioevales, envuelve en nubes de blanca luz sideral, lleva en sus ondas invisibles mujeres de una belleza soГ±ada, os convierte en hГ©roes, trae lГЎgrimas a los ojos, pensamientos serenos al cerebro, recorre, en fin, la gama entera e infinita de la imaginaciГіn…
A las dos de la tarde, a la CГЎmara o al Senado. En la primera preside Gambetta, con su eterno espГritu chispeante, levantando un debate de los bajos fondos del fastidio como una palabra que trae sonrisas hasta a los labios legitimistas. Un ruido infernal, una democracia viva y palpitante, un movimiento extraordinario; en la tribuna, elocuencia de mala ley, verbosa y vacГa unas veces, metГіdica y abrumadora otras. He ahГ que la trepa una nueva ediciГіn de los ministros de guerra argentinos, de antes de la expediciГіn al RГo Negro; oigГЎmosle: В«La razГіn por la cual no ha sido posible batir hasta ahora a Alboumena, es simplemente la falta de caballos. El ГЎrabe, veloz, ligero, sin los Гєtiles que la vida civilizada hace indispensables al soldado francГ©s, vuela sobre las llanuras, mientras el pesado jinete europeo lo persigue inГєtilmenteВ». Conozco, conozco el refrГЎn. He aquГ un comunista melenudo que acaba de despeГ±arse desde la cГєspide de la extrema izquierda para tomar la tribuna por asalto, donde gesticula y vocifera pidiendo la aboliciГіn del presupuesto de cultos. Las izquierdas aplauden; el centro escribe, lee, conversa, se pasea, perfectamente indiferente; la derecha atruena el aire con interrupciones. Un hombre delgado reemplaza al fanГЎtico y lo sucede con la misma intemperancia, intransigencia, procacidad vulgar: es el obispo de Angers. Las izquierdas rГen a carcajadas, el centro sonrГe, la derecha protesta, aplaude con frenesГ. Gambetta lee tranquilamente, de tiempo en tiempo, sin apartar los ojos del libro, estira la mano y busca a tanteo la campanilla y la hace vibrar: В«Silence, Messieurs, s'il vous plait!В» – repiten cuatro ujieres, con voz desde soprano hasta bajo subterrГЎneo. Nadie hace caso; el ruido aumenta, se hace tormenta, luego el caos. El orador se detiene y la ausencia de su letanГa llama a la vida real a Gambetta, que levanta la cabeza, ve las olas alborotadas, destroza una regla contra la mesa, da un campanilleo de cinco minutos, adopta un aire furibundo, se pone de pie y grita: В«Mais c'est intolГ©rable! Veuillez Г©couter, Messieurs!В» Luego, toma el anteojo de teatro, recorre las tribunas pobladas de seГ±oras, hace sus saludos con la mano, recibe veinte cartas, habla con cuarenta diputados que suben a su asiento para apretarle la mano; y mientras lee, mira, habla, escribe o bosteza, agita sin reposo la incansable regla contra la mesa, y repite, de rato en rato, como para satisfacciГіn de conciencia, su eterno В«Veuillez Г©couter, Messieurs!В», que los ujieres, como un eco, propagan por los cuatro ГЎmbitos del semicГrculo.
Entretanto, abajo se desenvuelven escenas de un cГіmico acabado; el intransigente Raspail da de tiempo en tiempo un grito y Gambetta lo invita a acercarse a la tribuna a fin de poder ser oГdo en sus interrupciones sin sacrificio de su garganta. Baudry-d'Asson, un nulo de la derecha, cuyo faldГіn izquierdo estГЎ en manos del obispo de Angers, lanza improperios a cada instante, a pesar de los reiterados tirones de su mentor; a despecho del orador, se traban diГЎlogos particulares insoportables; los ministros, en los bancos centrales, conversan con animaciГіn, mientras son vehemente y personalmente interpelados en la tribuna, y sobre toda aquella vocerГa, movimiento, exasperaciones, risas, gritos y denuestos, las tribunas silenciosas, graves, inmГіviles en su perfecto decoro.
En el Senado, el ideal de Sarmiento. Desde las altas tribunas, la CГЎmara parece un campo de nieve. Cabezas blancas por todas partes. Preside LeГіn Say, con su insoportable voz de tiple, gangosa y nasal. Ancianos que entran apoyГЎndose en sus bastones y cuyos nombres vuelan por la barra. Son las viejas ilustraciones de la Francia, en las letras, en las artes, en la industria, en la ciencia y en la polГtica. Bulliciosos tambiГ©n los viejecitos; los aГ±os no les pueden hacer olvidar que son franceses. La regla y la campanilla del presidente estГЎn en continuo movimiento. El espectador tiene gana de exclamar: В«Fi donc, Messieurs; a votre Гўge!В» Nadie escucha al orador, hasta que la orden del dГa llama a la discusiГіn de la ley de imprenta, en revisiГіn de la CГЎmara de Diputados. Por un artГculo se impone a los funcionarios pГєblicos la acusaciГіn de calumnia. Julio Simon se dirige a la tribuna; distinguidГsima figura de anciano, cara inteligente, voz dГ©bil y una habilidad parlamentaria portentosa. Protesta contra el espГritu del artГculo; a su juicio, los funcionarios tienen el derecho de ser calumniados; su Гєnica acciГіn, la Гєnica defensa a que deben acudir, es su conducta, irreprochable, sin sombras. En cuestiones de prensa quiere la libertad hasta la licencia. Se le oye con atenciГіn y respeto; pero los republicanos de la situaciГіn creen que el propГіsito del adversario de Gambetta es destruir la bondad de la ley, llevando las concesiones hasta los Гєltimos lГmites y haciГ©ndola odiosa a las clases conservadoras. Simon estГЎ en pleno triunfo; hace pocos dГas, con motivo de la ley de educaciГіn, ha conseguido introducir por asalto el nombre de Dios en la cola de un artГculo. Por el momento, desenvuelve una lГіgica de hierro, y ocupando audazmente el terreno de sus contrarios, hace flamear con mГЎs vigor su propio estandarte. La derecha aplaude y vota con Г©l. Un hombre de fisonomГa adusta, entrecano, voz fuerte, sucede en la tribuna al eminente filГіsofo. Es PelletГЎn, el riguroso contendor del imperio, el compaГ±ero de Simon en el Cuerpo Legislativo, el autor de aquellos panfletos candescentes de La profesiГіn de fe del siglo XIX, el Mundo marcha, etc. No habla, pontifica; no arguye, declama. Se agita como sobre un trГpode y sus palabras se arrastran o retumban con acentos profГ©ticos. Destruye, no obstante, la sofГstica de Simon, y sin injuriarlo por su intenciГіn, hace ver el caos que sobrevendrГa a la prensa sin ningГєn gГ©nero de moderador. El voto le da el triunfo.
Luego, la sesiГіn se arrastra, levГЎntome y tomo mi sombrero para trasladarme al Palacio BorbГіn. En el Senado encuentro siempre vacГa la tribuna diplomГЎtica; en la CГЎmara tengo que llegar temprano, para obtener un buen sitio. Es que aquГ, Gambetta por sГ solo, es un espectГЎculo, y todos los extranjeros de distinciГіn que llegan a ParГs, obtienen tarjetas de sus ministros respectivos, se instalan en la tribuna diplomГЎtica y se hacen insoportables por sus preguntas en inglГ©s, alemГЎn, turco, italiano o griego, sobre quiГ©n es el que habla, si Gambetta hablarГЎ, cuГЎl es Paul de Cassagnac, cuГЎl Clemenceau, dГіnde estГЎ Ferry, por quГ© se rГen, cuГЎl es la derecha, etc., etc.
Estaba en ParГs el 14 de julio y presenciГ© la fiesta nacional. La revista militar en Longchamps fue pequeГ±a: 15.000 hombres a lo sumo.
He ahГ los altos dignatarios del Estado. El aspecto de M. GrГ©vy me trae a la memoria un pensamiento de La BruyГЁre, que Г©l sin duda ha meditado: В«Los franceses aman la seriedad en sus prГncipesВ». Aquel rostro es de piedra; las facciones tienen una inmovilidad de Гdolo, los ojos no expresan nada y miran siempre a lo lejos, los labios no tienen color ni expresiГіn. Movimientos de una cultura glacial, de una rigidez automГЎtica, aunque sin afectaciГіn. Es el tipo de la severa seriedad republicana, como Luis XIV lo fue de la pomposa seriedad monГЎrquica. El director Posadas decГa en 1814: В«No conseguiremos vivir tranquilamente y en orden mientras seamos gobernados por personas con quienes nos familiaricemosВ». Es una verdad profunda que puede aplicarse a todos los pueblos; el poder requiere formas exteriores, graves, serenas, y el que lo ejerce debo rodearse, no ya de la majestad deslumbradora de una corte real, pero sГ de cierto decoro que imponga a las masas. M. GrГ©vy, no sГіlo es querido y respetado hoy por todos los republicanos franceses, sino que los partidos extremos, hasta las irascibles duquesas del viejo rГ©gimen, tienen por Г©l alta consideraciГіn.
Gambetta, casi obeso, rubicundo, entrecano, lo acompaГ±a, asГ como LeГіn Say y los ministros. Todos los anteojos se clavan en el grupo, pero la primera mirada es para Gambetta. El prestigio del poder atrae y fascina. ВЎQuГ© fuertes son los hombres que consiguen sobreponerse a esa atmГіsfera de embriaguez en que viene envuelta la popularidad!..
Llega la noche; la circulaciГіn de carruajes se ha prohibido en las arterias principales. Por calles traviesas me hago conducir hasta la altura del Arco de Triunfo, echo pie a tierra, enciendo un buen cigarro, trabajo por la moral pГєblica ocultando mi reloj para evitar tentaciones a los patriotas extranjeros y heme al pie del monumento, teniendo por delante la Avenida de los Campos ElГseos, con su bellГsima ondulaciГіn, literalmente cuajada de gente e iluminada a giorno por millares de picos de gas y haces de luz elГ©ctrica. Me pongo en marcha entre el tumulto. Del lado del bosque, el cielo estГЎ cubierto de miriadas de luces de colores, cohetes, bombas que estallan en las alturas y caen en lluvias chispeantes, violetas, rojizas, azules, blancas, anaranjadas. Al frente, en el extremo, sobre la multitud que culebrea en la Avenida, la plaza de la Concordia parece un incendio. A mi lado, por delante, hacia atrГЎs, el grupo constante, eternamente reproducido, aquel grupo admirable de Gautier en su monografГa del bourgeois parisiense, el padre, empeГ±oso y lleno de empuje, remolcando a su legГtima con un brazo, mientras del otro pende el heredero cuyos pies tocan en el suela de tarde en tarde. La mamГЎ arrastra otro como una fragata a un bote. Se extasГan, abren la boca, riГ±en a los muchachos, alejan con ceГ±o adusto al marchand de coco, al de pain d'Г©pices, que pasa su mercancГa por las narices infantiles tentГЎndolas desesperadamente. Un movimiento se hace al frente; un cordГіn de obreros, blusa azul, casquette sobre la oreja, se ha formado de lado a lado de la Avenida. Avanzan en columna cerrada cantando en coro la Marsellesa. Algunos llevan banderas nacionales en la gorra o en la mano. Chocan con un grupo de soldados, Г©stos, mГЎs circunspectos, pero cantando la Marsellesa. Una colisiГіn es inevitable; espero ver trompadas, bastonazos y coups de savate. Por el contrario, fraternizan, se abrazan, Vive la RГ©publique! y vuelta a la Marsellesa. MГЎs adelante, un grupo de obreros, blusa blanca, del brazo, dos a dos, cantas la Marsellesa y pasan sin fraternizar junto a los de blusa azul. Algunos Гіmnibus y carruajes desembocan por las calles laterales; el cochero, que no trae bandera, es interpelado, saludado con los epГtetos de mauvais citoyen, de rГ©ac, etc. Me detengo con fruiciГіn debajo de un ГЎrbol, porque espero que aquel cochero va a ser triturado, lo que serГЎ para mi un espectГЎculo de incomparable dulzura, una venganza ligera contra toda la especie infame de los cocheros de ParГs. Pero aquГ©l es un engueuleur de primera fuerza. Habla al pueblo con acento vinoso, dice mil gracejos insolentes, en el argot mГЎs puro del voyou mГЎs canalla, y por fin… canta la Marsellesa. La muchedumbre se hace mГЎs compacta a cada momento y empiezo a respirar con dificultad. Llegamos a la plaza de la Concordia: el cuadro es maravilloso. Al frente, la rue Royale, deslumbrando y baГ±ada por las ondas de un poderoso foco de luz elГ©ctrica que irradia desde la esquina de la Magdalena. A la derecha, los jardines de las TullerГas, claros como en medio del dГa, con sus juegos de agua y las estatuas con animaciГіn vital bajo el reflejo. Un muchacho se me acerca: Pour un sou, Monsieur, la Marseillaise, avec des nouveaux couplets. Compro el papel, leo la primer copla de circunstancias y lo arrojo con asco. MГЎs tarde, otro y otro. Todos tienen versos obscenos. Achetez le Boulevardier, vingt centimes! Compro el Boulevardier; las aventuras de ces dames de Mabille y del Bosque, con sus nombres y apellidos, sus calles y nГєmeros, sobre todo, los actos y gestos de la Barronne d'Ange… ВЎIndigno, innoble! Entro un instante en el jardГn; ВЎimposible caminar! Regreso, y, paso a paso, consigo tomar la lГnea de los boulevares. La misma animaciГіn, el mismo gentГo, con mГЎs bullicio, porque los cafГ©s han extendido sus mesas hasta el medio de la calle. La Marsellesa atruena el aire. ВЎAdiГіs, mi pasiГіn por ese canto de guerra palpitante de entusiasmo, sГmbolo de la mГЎs profunda sacudida del rebaГ±o humano! ВЎMe persigue, me aturde, me penetra, me desespera! Tomo la primer calle lateral y marcho durante diez minutos con rapidez. El ruido se va alejando, la calma vuelve, hay un calor sofocante, pero respiro libremente bajo el silencio. Dejo pasar una hora, porque me serГa imposible dormir: ВЎmi cuarto da sobre el bulevar! Al fin me decido y vuelvo al bullicio: las 12 de la noche han sonado y no queda ya en las anchas veredas, desde el bulevar Montmartre hasta la plaza de la Opera, sino uno que otro grupo de retardatarios, y aquellas sombras lГvidas, flacas y mГseras, que corren a lo largo del muro y os detienen con la falsa sonrisa que inspira una piedad profunda… Todo ha pasado, el pueblo se ha divertido y M. Prud'homme, calГЎndose el gorro de noche, dice a su esposa: Madame Prud'homme, on a beau dire: nous sommes dans la dГ©cadence. Sous Sa MajestГ© Louis-Philippe!
Otro aspecto de ese mundo infinito de ParГs, en el que se confunden todas las grandezas y miserias de la vida, desde las alturas intelectuales que los hombres veneran, hasta los Гnfimos fondos de corrupciГіn cuyos miasmas se esparcen por la superficie entera de la tierra, es la sesiГіn anual del Instituto para la distribuciГіn de premios. RenГЎn, no sГіlo debe presidir, lo que es ya un atractivo inmenso, sino que pronunciarГЎ el discurso sobre el premio Monthyon, destinado a recompensar la virtud.
El pequeГ±o semicГrculo estГЎ rebosando de gente; pero la concurrencia no es selecta. Falta el atractivo picante de una recepciГіn; sГіlo se ven las familias de aquellos que la Academia ha sido bastante indiscreta para designar a la opiniГіn como los futuros laureados. Pero reina en aquel recinto un aire tal de serenidad, se respira una atmГіsfera intelectual tan suave y tranquila, que es necesario hacer un esfuerzo para persuadirse de que se estГЎ en pleno ParГs y en la sala de sesiones del cuerpo que agita al mundo con sus ideas y progresos. Los ujieres son polГticos, afables, hablan gramaticalmente, como corresponde a cerebros acadГ©micos, y cuando el extranjero les pregunta el nombre de alguno de los inmortales cuya fisonomГa le ha llamado la atenciГіn, responden con suma familiaridad, como si se tratara de un amigo Гntimo; Mais c'est Simon, Monsieur! – Pardon; et celui-lГ ? – Ah! celui-lГ , c'est Labiche: drГґle de tГЄte, hein?
A las dos en punto de la tarde, las bancas se llenan y los miembros del Instituto llegan con trabajo a sus asientos, invadidos por las seГ±oras, que obstruyen los pasadizos con sus colas y crinolinas. M. RenГЎn ocupa la presidencia, teniendo a su derecha a M. Gaston Boissier, y a su izquierda a M. Camille Doucet, uno que agitarГЎ poco la posteridad. Los tres ostentan la clГЎsica casaca de palmas verdes, que les da cierto aspecto de loros, aquella casaca tan anhelada por de Vigny, que el dГa de su recepciГіn, encontrando en los corredores de la Academia a Spontini, con palmas hasta en la franja del pantalГіn, se echГі en sus brazos exclamando: Ah! mon cher Spontini, l'uniforme est dans la nature!
Dejemos pasar un largo y correcto discurso de M. Doncet, que el anciano lee en voz tan baja, que es penoso alcanzarla. Un gran movimiento se hace, el silencio se restablece y una voz fuerte, ligeramente ГЎspera, empieza asГ: В«Hay un dГa en el aГ±o, seГ±ores, en que la virtud es recompensadaВ». Es M. RenГЎn quien habla.
Un vago enjambre de recuerdos vienen a mi memoria y agitan mi corazГіn. La influencia de aquel hombre sobre mis ideas juveniles, la transformaciГіn completa operada en mi ideal de arte literario por sus libros maravillosos, la mГєsica inefable de su prosa serena y radiante, aquella Vida de JesГєs, libro demoledor que envuelve mГЎs poesГa cristiana que los MГЎrtires, de Chateaubriand, libro de panegГrico; sus narraciones de historia, sus fantasГas, sus discursos filosГіficos, toda su labor gigante, habГa forjado en mi imaginaciГіn un tipo fГsico caracterГstico. Ese hombre tan odiado, contra el cual truena la voz de millares de frailes, desde millares de pГєlpitos, debГa tener algo del aspecto satГЎnico de Dante cruzando solitario y sombrГo las calles de Ravena; alto, delgado, grave y severo, con ojos de mirar intenso, cuerpo consumido por la constante excitaciГіn intelectual… ВЎEra un prior de convento del siglo XV el que hablaba! Su ancha silla no podГa contener aquellos miembros voluminosos, repletos; un tronco obeso y prosaico, un vientre enorme, pantagruГ©lico… y la risa rabelesiana, franca, sonora, que sacude todo el cuerpo. La cara ancha, sin barba, reposando sobre un cuello robusto, con una triple papada, la mirada viva y maliciosa, los ademanes sueltos y cГіmodos. ВЎQuГ© espГritu, quГ© chispa! HablГі dos horas sobre la virtud, sencilla y alegremente, con elevaciГіn, con irresistible elocuencia por momentos. Pero cada diez minutos asomaba su cabeza juguetona le mot pour rire; Г©l daba el ejemplo, dejaba el manuscrito, comenzaba por sonreГr, miraba a Julio Simon, que se retorcГa a carcajadas en un banco prГіximo, sobre todo cuando el trait habГa rozado de cerca la polГtica y todo el voluminoso cuerpo de RenГЎn se agitaba como si Momo le hiciese cosquillas. ReГamos todos a la par y los ujieres mismos se unГan al gozoso coro. Cuando concluyГі, dГЎndonos las gracias por haber ido a oГrlo bajo aquella temperatura, lo que constituГa un acto de verdadera virtud, cuando se disipГі la triple salva de nutridos aplausos y me encontrГ© en la calle tenГa todavГa en el oГdo la voz jocosa y en los ojos las ondulaciones tumultuosas de aquel vientre que se agitaba con el Гєltimo soplo de la risa, gala del cura de Meudon, mГЎs franca y comunicativa que el inextinguible reГr de los dioses de Homero.
CAPITULO III
Quince dГas en Londres
De ParГs a Londres. – Merry England. – La llegada. – Impresiones en Covent-Garden. – El foyer. – Mi vecina. – Westminster. – La CГЎmara de los Comunes. – Las sombras del pasado. – El Гєltimo romano. – Gladstone orador. – Una ojeada al British Museum. – El Brown en Greendy
ВЎOh, portentosa comodidad de la vida europea! Luego al hotel, paso un momento al salГіn de lectura, tomo el Times para buscar si hay telegramas de Buenos Aires, leo la buena noticia de la organizaciГіn definitiva de la compaГ±Гa del ferrocarril Andino y me pongo de buen humor, pensando que en breve, la dulce y querida Mendoza estarГЎ ligada al Plata por la arteria de hierro. Antes de dejar el diario, echo una mirada a los anuncios de teatro: Covent-Garden: sГЎbado, Гєltima representaciГіn del Demonio, de Rubinstein, con la Albani, Lasalle, etc.; lunes, Don Juan; miГ©rcoles, Dinorah; viernes, Etoile du Nord, por la Patti. Dispongo de quince dГas libres antes de tomar el vapor de AmГ©rica; he leГdo el anuncio el viernes a la tarde; tengo hambre de mГєsica; ParГs estГЎ insoportable… Un telegrama a Londres a un amigo para que me retenga localidades y a la maГ±ana siguiente, heme volando en el tren del Norte en direcciГіn a Calais. Mis Гєnicos compaГ±eros de vagГіn son dos jГіvenes franceses de Marsella, reciГ©n casados, que van a pasar una semana en Londres, como viaje de boda. No hablan palabra de inglГ©s, no tienen la menor idea de lo que es Londres, ni dГіnde irГЎn a parar, ni quГ© harГЎn. Victimas predestinadas del guГa, su porvenir me horroriza. Henos en Calais; aquel mar infame, que en 1870, en una larga travesГa entre Dover y Ostende, me hizo conocer por primera y Гєltima vez el mareo, parece un lago de la Suiza. Piloteo a mis amigos del tren, atravesamos el canal en hora y tres cuartos, sobre un soberbio vapor, y tomamos de nuevo el tren en Dover. BellГsimas las campiГ±as de aquel suelo que en los buenos tiempos del pasado, aГєn en medio de la salvaje tragedia de las dos Rosas, se llamГі Merry England, tiempo de que los alegres cuentos de Chaucer dan un reflejo brillante y que desaparecieron para siempre bajo la atmГіsfera glacial de los puritanos. Los alrededores de Chatham son admirables, y la ciudad, coquetamente tendida sobre las mГЎrgenes del rГo, levanta su fresca cabeza sobre los raudales de esmeralda que la rodean. Todos los campos cultivados; bosques, colinas, canales. Un verde mГЎs claro que en las campiГ±as de la NormandГa que acabo de atravesar. Estaciones a cada paso, que adivinamos por el ruido al cruzar como el rayo su frente, sin distinguir mГЎs que una masa informe. El tren ondea y a favor de la curva, vemos a lo lejos una mole inmensa, coronada de humo opaco. Empezamos a entrar en Londres, estamos ya en ella y la mГЎquina no disminuye su velocidad; a nuestros pies, millares de casas, idГ©nticas, rojizas; vemos venir un tren contra nosotros; pasa rugiendo bajo el viaducto, sobre el que corremos. Otro cruza encima de nuestras cabezas, todos con inmensa velocidad. Y andamos, cruzamos un rГo, nos detenemos un momento en una estaciГіn, volvemos a ponernos en camino, atravesamos de nuevo el mismo rГo sobre otro puente. La francesita, atГіnita, se estrecha contra el marido, que a su vez tiene la fisonomГa inquieta y preocupada. Es la inevitable y primera sensaciГіn que causa Londres; la inmensidad, el ruido, el tumulto, producen los efectos del desierto; uno se siente solo, abandonado, en aquel momento adusto y de un aspecto severo… ВЎCharing-Cross! Al fin; me despido de los compaГ±eros, un abrazo al amigo que espera en la estaciГіn, un salto al cab, que sale como una saeta, cruzamos doscientas calles serpeando entre millares de carruajes, saludo al pasar Waterloo Place y compruebo que el pobre Nelson tiene aГєn, en lo alto de su columna, aquel deplorable rollo de cuerda, que hace tan equГvoca la ocupaciГіn a que se entrega; enfilamos Regent's Street, veo el eterno Morning-House de Oxford Corner, que me orienta, y un momento despuГ©s me detengo en la puerta del Langham-Hotel. Son las seis y media de la tarde; a las siete y media se alza el telГіn en Covent-Garden.
Covent-Garden, en los grandes dГas de la season, tiene un aspecto especial. El mundo que allГ se reune pertenece a las clases elevadas de la sociedad, por su nombre, su talento o su riqueza. Dos mil personas elegidas entre los cuatro millones de habitantes de Londres, un centenar de extranjeros distinguidos, venidos de todos los puntos de la tierra: he ahГ la concurrencia. Se nota una comodidad incomparable; la animaciГіn discreta del gran mundo, temperada aГєn por la correcciГіn nativa del carГЎcter inglГ©s; una civilidad serena, sin las bulliciosas manifestaciones de los latinos; la tranquila conciencia de estar in the right place… Corren por la sala, mГЎs que los nombres, rГЎpidas miradas que indican la presencia de una persona que ocupa las alturas de la vida; en aquel palco a la derecha, se ve a la princesa de Gales con su fisonomГa fina y pensativa; aquГ y allГ, los grandes nombres de Inglaterra, que al sonar en el oГdo, despiertan recuerdos de glorias pasadas, generaciones de hombres famosos en las luchas de la inteligencia y de la acciГіn. No hay un murmullo mГЎs fuerte que otro; los aplausos son sinceros, pero amortiguados por el buen gusto. El aspecto de la platea es admirable: mГЎs de la mitad estГЎ ocupada por seГ±oras cuyos trajes de colores rompen aquella desesperante monotonГa del frac negro en los teatros del continente. Pero lo que arrastra mis ojos y los detienen, son aquellas deliciosas cabezas de mujeres; no hablo aГєn de los rostros, que pueden ser bellos e irregulares. Me refiero a la cabeza, levantГЎndose, suelta, desprendida, el pelo partido al medio, cayendo en dos hondas tupidas que se recogen sobre la nuca, jamГЎs lisa, como en aquellos largos pescuezos de las vГrgenes alemanas. El cabello, rubio, castaГ±o, negro, tiene reflejos encantadores; pueden contarse sus hilos uno a uno, y la sencillez severa y elegante del peinado, saliendo de la rueda trivial y caprichosa, que cambia a cada instante, hace pensar que el dominio del arte no tiene lГmites en lo creado.
Henos en el foyer. QuГ© vale mГЎs, Вїeste espactГЎculo de media hora o el encanto de la mГєsica, intenso y soberano bajo una interpretaciГіn maravillosa? QuedГ©monos en este rincГіn y veamos desfilar todas esas mujeres de una belleza sorprendente. Marchan con firmeza; la estatura elevada, el aire de una distinciГіn suprema, los trajes de un gusto exquisito y simple. Pero sobre todo, ВЎquГ© color incomparable en aquellos rostros, en cuyo cutis parece haberse В«disuelto la luz del dГaВ»; con quГ© tranquilidad pasan mostrando los hombros torneados, el seno firme, los brazos de un tejido blanco y unido, la mirada serena, los labios rosados, la frescura de una boca hГєmeda y un tanto altiva!.. Tengo a mi lado, en el stall contiguo, una seГ±ora que no me deja oГr la mГєsica con el recogimiento necesario. Debe tener treinta aГ±os y el correcto gentleman que la acompaГ±a es indudablemente su marido. Han cambiado pocas, pero afectuosas palabras durante la noche. Por mi parte, tengo clavado el anteojo en la escena… pero los ojos en las manos de mi vecina, largas, blancas, transparentes, de uГ±as arqueadas y color de rosa. Sostiene sobre sus rodillas una pequeГ±a partitura de Don Juan, deliciosamente encuadernada. La lee sin cesar, y sus pestaГ±as negras y largas proyectan una sombra impalpable sobre el pГЎrpado inferior. El pelo es de aquel rubio oscuro con reflejos de caoba que tiene perfumes para la mirada… La Patti acaba de cantar su dГєo con Mazzetto; aplaudimos todos, incluso mi vecina, que deja caer su Don Juan. Al inclinarme a tomarlo, al mismo tiempo que ella, rozГі casi con mis labios su cabello… Recojo el libro, se lo entrego y obtengo en premio una sonrisa silenciosa. Cotogni estГЎ cantando con inefable dulzura la serenata, mientras en la orquesta los violines rГen a mezza voce, como les lutins en la sombra de los bosques… ВЎPero el inglГ©s que acompaГ±a a mi vecina, debe ser un hombre feliz!
De nuevo en el foyer; he ahГ el lado bello e incomparable de la aristocracia, cuando es sinГіnimo de suprema distinciГіn, de belleza y de cultura, cuando crea esta atmГіsfera delicada, en la que el espГritu y la forma se armonizan de una manera perfecta. La tradiciГіn de raza, la selecciГіn secular, la conciencia de una alta posiciГіn social que es necesario mantener irreprochable, la fortuna que aleja de las pequeГ±as miserias que marchitan el cuerpo y el alma, he ahГ los elementos que se combinan para producir las mujeres que pasan ante mis ojos y aquellos hombres fuertes, esbeltos, correctos, que admiraba ayer en Hyde Park Corner. La aristocracia, bajo ese prisma, es una elegancia de la naturaleza.
El sentimiento predominante en el viajero que penetra en las ruinas de los templos vГ©dicos de la India, pasea sus ojos por las soberbias reliquias de Saqqarah o de Boulaq, mГЎs aГєn que visita los restos del Coliseo de Roma; es una mezcla de recogimiento y de asombro, una sensaciГіn puramente objetiva, si puedo expresarme asГ. Nuestra naturaleza moral no estГЎ comprometida en la impresiГіn, porque los mundos aquellos se han desvanecido por completo y su influencia es imperceptible en los modos humanos del presente. No asГ cuando se marcha bajo las bГіvedas de Westminster; no asГ cuando se asciende silenciosamente a ocupar un sitio en la barra de aquella CГЎmara de los Comunes cuyas paredes conservan el eco de los acentos mГЎs generosos y mГЎs altos que hayan salido de boca de los hombres en beneficio de la especie entera. En vano advierto el espГritu, alarmado por la emociГіn intensa, que la memoria despierta en el corazГіn ofuscando el juicio; en vano advierte que la historia inglesa no es sino el desenvolvimiento del egoГsmo inglГ©s, que esas libertades pГєblicas, tan caramente conquistadas, eran sГіlo para el pueblo inglГ©s, que por siglos enteros vivieron amuralladas en la isla britГЎnica, sin influencia ninguna sobre los destinos de la Europa y del mundo. El pensamiento se levanta sobre ese criterio estrecho y aparta con resoluciГіn el detalle para contemplar el conjunto. Entonces se ve claro que la lenta elaboraciГіn de las instituciones libres se ha efectuado en aquel recinto y que la palabra de luz ha salido de su seno, en el momento preciso, para iluminar a todos los hombres…
Penetra la claridad por el techo de cristal; la sala es pequeГ±a e incГіmoda, con cierto aire de templo y de colegio. Los diputados se sientan en largos bancos estrechos, sin divisiones ni mesas por delante. El speaker estГЎ metido en un nicho anГЎlogo a aquellos en cuyo fondo brilla una divinidad mongГіlica. A su derecha, en el primer banco, los ministros… Miro con profunda atenciГіn eso escaГ±o humilde. ВЎCuГЎntos hombres grandes lo han ocupado en lodos los tiempos! ВЎCuГЎntos espГritus poderosos, inquietos, sutiles, hГЎbiles, han brillado desde allГ! Me parece ver la sonrisa sardГіnica de Walpole, mirando con sus ojos maliciosos a aquel mundo que domina degradГЎndolo; el aire elegante de Bolingbroke, la majestad teatral de Chatham, la inquietud, la insuficiencia de Addington, la indiferencia de gran tono de North, la cara pensativa y fatigada de Pitt, la noble fisonomГa de Fox, la rigidez de un Perceval o de un Castlereagh, la viril figura de Canning, la honesta y grave de Peel, el rostro fino y audaz de Palmerston, la astuta cara de Disraeli, y tantos, tantos otros cuyos nombres vienen a millares, cada uno con su sГ©quito propio. En eso otro banco estaba sentado Burke, el dГa sombrГo para Fox, en que el huracГЎn de la RevoluciГіn Francesa, salvando el estrecho, rompiГі para siempre los vГnculos de amistad sagrada que unГan a los dos tribunos. AllГ caГa Sheridan, rendido, con la mirada opaca, el rostro lГvido por los excesos de la orgГa, y allГ se levantaba para gritar a Pitt, para azotarle el rostro con esta frase que cimbra como un lГЎtigo: «¡SГ, no ha corrido sangre inglesa en Quiberon, pero el honor inglГ©s ha corrido por todos los poros!В» AllГ Wilberforce, mГЎs allГЎ Mackintosch… ВїCГіmo recordar a todos? Pero ahГ estГЎn: su espГritu flota sobre esa reuniГіn de hombres, y el extranjero que no tiene el hГЎbito de ese espectГЎculo, cree verlos, cree oГrlos aГєn con sus voces humanas. En el banco de los ministros, Gladstone, Bright, Forster… Pero el Гєltimo romano domina a todos. En Г©l concluye por el momento la larga serie de los grandes hombres de estado en Inglaterra. La herencia de Beaconsfield estГЎ aГєn vacante entre los tories: ВїcuГЎl es el whig que va a cubrirse con la armadura del anciano Gladstone, que se inclina ya sobre la tumba? ВїCuГЎl es el brazo que va a mover esa espada abrumadora? No lo hay en el suelo britГЎnico, como no hay en la casa de Brunswick un prГncipe capaz de levantar el escudo de un Plantagenet. La Inglaterra lo sabe y sigue con pasiГіn los Гєltimos aГ±os, los Гєltimos relГЎmpagos de ese espГritu de incomparable intensidad, los Гєltimos esfuerzos de esa inteligencia extraordinaria que ha salvado los lГmites marcados por la naturaleza. Helo ahГ: ha trabajado en su despacho 12 horas consecutivas, en las finanzas, en la polГtica externa, teniendo los ojos fijos en el interior del Asia, donde el protegido de la Inglaterra cede en este momento el campo a un rival afortunado; en el extremo austral del ГЃfrica, donde los toscos paisanos holandeses desafГan de nuevo el poder inglГ©s; una hora para comer, y en seguida a la CГЎmara. Su cabeza de ГЎguila estГЎ reclinada sobre el pecho. ВїReposa? ВїMedita? No; escucha al adversario que impugna su obra magna, su testamento polГtico, ese В«bill de IrlandaВ» con Г©l que ha querido contrarrestar el torrente enriquecido por tres siglos de dolores y amarguras, el bill con que quiere modificar en un dГa un rГ©gimen petrificado ya, como el generoso Turgot querГa modificar el antiguo rГ©gimen en Francia, con sus В«asambleas provinciales»… De pronto, un estremecimiento agita su cuerpo; levanta la cabeza, mira a todos lados, y al fin, inclina el cuerpo, para ponerse rГЎpidamente de pie, asГ que el impugnador haya concluido. Un soplo nervioso corre por la asamblea. Hear, hear! Gladstone! M. Gladstone, dice a su vez el speaker. El primer ministro toma el primer sombrero que tiene a mano, pues nadie puede hablar descubierto y se pone de pie. ВЎCГіmo se apiГ±an los irlandeses en su escaso grupo de la izquierda! La pequeГ±a figura de Biggar, una especie de Pope, se hace notar por su movilidad. Parnell estГЎ allГ; ha hablado ya. Si la herencia polГtica de O'Connell es pesada, la tradiciГіn de su elocuencia es abrumadora… Oigamos a Gladstone: ante todo, la autoridad moral, incontrastable de aquel hombre sobre la asamblea. Liberales, conservadores, radicales, independientes, irlandeses, todo el mundo le escucha con respeto. Habla claro y alto: su exordio tiene corte griego y el sarcasmo va envuelto en la amargura sombrГa de haber vivido tantos aГ±os para alcanzar los tiempos en que bajo las bГіvedas de Westminster se oyen las palabras que acaban de herir dolorosamente su oГdo. Poco a poco, su tono va descendiendo, y por fin toma cuerpo a cuerpo a su adversario, lo estrecha, lo hostiliza, lo modela entre sus manos, y dГЎndole una figura deforme y raquГtica, lo presenta a la burla de la CГЎmara, como Gulliver a un liliputiense. La vГctima lucha; interrumpe con un sarcasmo acerado; Gladstone, en seГ±al de acceder a la interrupciГіn, toma asiento rГЎpidamente; pero, al ver caer el dardo a sus pies, como si hubiese sido arrojado por la mano cansada del viejo Priamo, lo toma a su vez, y, con el brazo de Aquiles, lo lanza contra aquel que deja clavado e inmГіvil por muchas horas. ВЎOh! ВЎla palabra! Sublime manifestaciГіn de la fuerza humana, Гєnico elemento capaz de sacudir, guiar, enloquecer, los rebaГ±os de hombres sobre el polvo de la tierra! Tiene la armonГa del verso, la influencia penetrante del ritmo musical, la forma de los mГЎrmoles artГsticos, el color de los lienzos divinos. ВЎY entre los raudales de su luz, las olas de melodГa, las formas armoniosas como el metro griego, van el sarcasmo de Juvenal, la flecha de Marcial, la punta incisiva de Swift, o el golpe contundente de Junius el sublime anГіnimo!..
Hay mГЎs profunda diferencia entre la vida social y los aspectos urbanos de ParГs y Londres, que entre Lima y Teheran. Parece increГble que baste una hora y media de navegaciГіn, el espacio que un hombre atraviesa a nado, para operar una transformaciГіn tan completa. Salir de una calle de ParГs para entrar diez horas despuГ©s en una de Londres, observar el aspecto, la fisonomГa moral del TГЎmesis, despuГ©s de haber pasado un par de horas estudiando el movimiento del Sena, da la sensaciГіn de haberse transportado en el hipГіgrifo de Ariosto a la regiГіn de los antГpodas.
Nunca me ha fatigado la flГўnerie en las calles de Londres; no hay libro mГЎs elocuente e instructivo sobre la organizaciГіn polГtica y social del pueblo inglГ©s. No intento hacer una descripciГіn de lo que en ellas he visto, sentido, porque las pГЎginas se suceden a medida que los recuerdos se agolpan, y tengo ya prisa por dejar la Europa y hundirme en las regiones lejanas de los trГіpicos.
Pero aГєn tengo presente aquella rГЎpida recorrida del British Museum, en que empleamos tres o cuatro horas con Emilio Mitre, cuya ilustraciГіn excepcional e inteligencia elevada, hacen de Г©l un compaГ±ero admirable para excursiones. ВЎQuГ© lucha aquella, de uno contra otro, pero casi siempre de ambos contra nosotros mismos! Metidos en NГnive y Babilonia, el tiempo corrГa insensible, mientras el Egipto, a dos pasos, nos miraba gravemente con los grandes ojos de sus esfinges de piedra o nos parecГa oГr piafar los caballos del ParthenГіn en los mГЎrmoles de lord Elguin… ВЎQuГ© impresiГіn causan, no ya la inscripciГіn grandiosa que conserva en pomposo estilo la memoria de los gloriosos hechos de un RhamsГ©s o de un SennachГ©rib, sino esos simples ladrillos rojizos, donde, ahora quince o veinte mil aГ±os, un asirio humilde consignГі en caracteres cuneiformes las clГЎusulas de un oscuro contrato de venta o la escritura de una hipoteca! Los detalles de la vida humana en aquellos tiempos en que los hombres tenГan hasta una configuraciГіn de crГЎneo distinta a la nuestra, y por lo tanto, movГan su espГritu dentro de diversa atmГіsfera, nos llamaban mГЎs la atenciГіn que las narraciones del diluvio, que los sabios han desterrado de los viejos muros de NГnive con gritos de entusiasmo. Luego, la Grecia inimitable, y en ella, el inimitable Fidias. Abajo, los soberanos trozos del ParthenГіn; arriba, las aГ©reas figurinas de terracotta encontradas en Tanagra. No tienen mГЎs que diez o doce centГmetros de altura; pero ВЎquГ© perfecciГіn, quГ© delicadeza exquisita! ВЎCГіmo, bajo aquellos velos que las cubren como mantos de vestal, se ve, se siente el movimiento armГіnico del cuerpo! Unas encogidas, otras en marcha y aquГ©llas… Вїrecuerdas, Emilio, la rГЎfaga criolla que nos envolviГі?.. ВЎjugando a la taba! SГ; encorvada, una deliciosa estatuГta sigue con avidez los giros del pequeГ±o hueso, mientras su partner espera paciente el turno. Miramos con atenciГіn y pudimos comprobar que la taba habГa echado lo contrario a suerte. ВїY los autГіgrafos? ВїCГіmo desprenderse de las vidrieras que los contienen, cГіmo arrancar los ojos de ese vivo retrato de los grandes hombres, cuya mano parece palpitar aГєn en el trozo de esas lГneas incorrectas pero firmes?.. ВЎY todo ese museo portentoso, centro, nГєcleo, panorama, del espГritu humano en el tiempo y el espacio! No hay una fuente de sensaciГіn mГЎs pura, mГЎs alta, que la contemplaciГіn de esas riquezas artГsticas y cientГficas; penetra en el alma, es cierto, un hondo desconsuelo, cuando la deficiencia de la preparaciГіn intelectual hace que un mГЎrmol sea mudo para nosotros; pero, sin duda alguna, los horizontes de la inteligencia se ensanchan en cada visita a un mundo semejante.
Una visita al Brown, que se mece gallardamente en las aguas del TГЎmesis, a la altura de Greenyde. Uno de los objetos de mi viaje a Inglaterra ha sido ver la gran nave argentina. El pabellГіn flotando en la popa me llenГі de indecible emociГіn, que se aumentГі por la cordial acogida que recibГ de la oficialidad argentina, con su digno comodoro a la cabeza. Visitamos el buque en todas las direcciones, se me explican sus maravillas, se me narra la curiosidad europea que ha despertado por su nueva construcciГіn y mientras contemplo sus caГ±ones poderosos, sus flancos de acero, su lanzatorpedos, sus ametralladoras, todos esos bГЎrbaros elementos de destrucciГіn, recuerdo con alegrГa que, hace ya muchos aГ±os, buques de guerra argentinos surcan los mares, sin que la paz, que es nuestra aspiraciГіn y nuestra riqueza, haya sido turbada. ВЎSea igual el destino del Brown; que sus caГ±ones no truenen sino los dГas de ejercicio, que su bandera respetada y amada por todos los pueblos de la tierra, no se ize jamГЎs a su mГЎstil en son de guerra, y si la agresiГіn la hace inevitable, que el pecho de los hombres que lo dirijan sea tan fuerte como sus escamas de hierro, que lo sepulten en el OcГ©ano antes de arriar el pabellГіn blanco y celeste!
CAPITULO IV
Las Antillas francesas
AdiГіs a ParГs. – La VendГ©e. – Saint-Nazaire. – "La ville de Brest". – Las Islas Azores. – El bautismo en los trГіpicos. – La Guadalupe. – Pointe-Г -Pitre. – Las frutas tropicales. – Basse-Terre y Saint-Pierre. – La Martinica. – Fort-de-France. – Una fiesta en la Sabane. – Las negras. – Las hurГs de Г©bano. – El embarque del carbГіn. – El tambor alentador. – La "bamboula" a la luz elГ©ctrica. – La danza lasciva. – El azote de la Martinica. – Una opiniГіn cruda. – El antagonismo de raza. – Triste porvenir
PasГ© unos pocos dГas en ParГs preparГЎndome para la larga travesГa y despidiГ©ndome de las comodidades de aquella vida que, una vez que se ha probado, con todas sus delicadezas intelectuales y con todo su confort material, aparece como la Гєnica existencia lГіgica para el hombre sobre la tierra. ВЎQuГ© error, quГ© triste error el de aquellos que no ven a ParГs sino bajo el prisma de sus placeres brutales y enervantes! Lo que tiene precisamente de irresistible ese centro, es su atmГіsfera elevada y purГsima, donde el espГritu respira el aire vigoroso de las alturas. La ciencia, las artes, las letras, tienen allГ sus mГЎs nobles representantes, y una hora en la Sorbona, en el colegio de Francia o en la Escuela Normal, hacen mГЎs por nuestra educaciГіn intelectual que un mes de lectura…
Volamos sobre los campos de la VendГ©e, la patria de Larochefoucauld y d'ElbГ©e, de Cadoudal y Stofflet, la tierra de los chouans, donde Marceau hizo sus primeras armas, donde Hoche se cubriГі de gloria. Se nos ha hecho cambiar de tren dos o tres veces, lo que nos pone de un humor infernal, y en la maГ±ana llegГЎbamos a Nantes, que el tren atraviesa a lento paso. He ahГ las paisanas bretonas con sus caracterГsticas tocas blancas, con sus talles espesos; he ahГ el rГo famoso, teatro de las noyades de Carrier, recuerdo bГЎrbaro que horroriza a travГ©s del tiempo. Somos aves de paso, y por mi parte, lamento no tener un par de dГas que dedicar a Nantes; pero, como no he hecho sino cruzarlo, desisto de ir a pedir fastidiosos datos a una guГa cualquiera y me apresuro a llegar al antipГЎtico puerto de St. – Nazaire, la Guayra francesa, como le llamГі el secretario cuando hubo conocido el sГmil en las costas del mar Caribe. En la lГnea de Orleans, habrГamos llegado a las cinco de la maГ±ana; en la del Oeste, despuГ©s de un fastidiosГsimo viaje, llegamos a las diez. Perdimos mГЎs de dos horas en obtener nuestros equipajes, y por fin, todo en regla, nos trasladamos al vapor Villa de Brest, que esperaba, amarrado al Dock y con las calderas calientes, el momento de la partida.
Siento placer aГєn en recordar aquel mundo de a bordo, tan heterogГ©neo, tan complejo y tan diferente del que estaba habituado a encontrar en los mares que baГ±an la parte oriental de la AmГ©rica.
La travesГa es larga, pues de St. – Nazaire a la Point-Г -Pitre, en la Guadalupe, no se emplean menos de quince dГas. Pero durante esas dos semanas la animaciГіn no desmayГі un momento en el Ville de Brest, y el buen humor supo convertir en motivo de broma hasta la detestable comida que se nos daba.
He ahГ las Azores, Гєltimas perlas vacilantes en la antigua y esplГ©ndida corona portuguesa. El capitГЎn, por una galanterГa, se aparta ligeramente de la ruta y lanza el buque entre dos islas, cuyo aspecto verde, alegre, rompiendo la matadora monotonГa del OcГ©ano, encanta la mirada y levanta el corazГіn. Ambas estГЎn cultivadas prolijamente, y el esfuerzo humano se ostenta en todas las faldas de la montaГ±a. Aspiramos un momento con delicia la atmГіsfera cargada de emanaciones vegetales, y luego el grupo de islas empieza a perderse en el horizonte, desvaneciГ©ndose como una ilusiГіn.
Estamos en los trГіpicos; el calor comienza a ser sofocante y las largas horas que se extienden del almuerzo a la comida, son realmente insoportables. La mayor parte de los pasajeros, aun el nuevo gobernador de la Martinica, cruzan el mar por primera vez, y la tripulaciГіn, con el permiso del comandante, organiza la clГЎsica funciГіn del bautismo tropical.
No he podido averiguar de dГіnde viene esa fiesta caracterГstica; algunos suponen que fue un recurso empleado por ColГіn para distraer el conturbado espГritu de sus compaГ±eros. El hecho es que alegra el ГЎnimo decaГdo por la monotonГa de la navegaciГіn.
Relatarla serГa muy largo, desde el momento en que, trepado en lo alto del cordaje, un mensajero del padre TrГіpico dirige sus preguntas al comandante, hasta el dГa siguiente en que la funciГіn se desenvuelve y aparece el mencionado personaje cabalgando en dos marineros encorvados, cubiertos con una piel de toro, que se mantienen en esa actitud durante horas enteras. Los discursos son originales y chispean de la gruesa sal gala; luego viene el bautismo que consiste en recibir sobre la cabeza una poca de agua sacada de una enorme pila de goma y sufrir un simulacro de afeite. Pero en seguida la cubierta se convierte en la azotea de nuestros antiguos cantones de carnaval. El agua corre a torrentes, los golpes se suceden, la algazara llega a su colmo. En mi calidad de viejo marino, me abstuve por completo y di mis poderes al abate Mazdel, que, en un traje ligerГsimo y con unos enormes bigotes pintados con betГєn, se debatГa denodadamente contra los infinitos agresores que lo cubrГan de agua y harina. El comandante no puede recuperar el mando del buque hasta el momento en que hace dar la campana la seГ±al de haber terminado la fiesta. Como por encanto todo desaparece y В«le pГЁre TropiqueВ», В«le pГЁre NeptuneВ» y demГЎs personajes fabulosos, despojados de sus atributos fantГЎsticos, se dedican con resignaciГіn a lavar el puente y frotar los bronces…
DespuГ©s de una larga travesГa de quince dГas, avistamos las pintorescas costas de la Guadalupe y el vapor arroja el ancla en la bahГa de la Pointe-Г -Pitre. El efecto Гіptico es admirable; la lujuriosa vegetaciГіn de los trГіpicos, tan caracterГstica siempre, se ostenta ante los ojos extГЎticos de los europeos, que contemplan en silenciosa admiraciГіn los elegantes cocoteros con sus frutos apiГ±ados en la altura y los bananos de anchas y perezosas ramas, lentamente mecidas por el viento.
El calor es violento y todos anhelamos saltar a tierra, cuando se nos anuncia que la Pointe-Г -Pitre estГЎ en cuarentena porque hace allГ estragos la fiebre amarilla. Para nosotros no habrГa inconveniente en descender, por cuanto en los puertos de la costa del Caribe, a donde nos dirigimos, habita con tanta frecuencia ese huГ©sped temible, que lo consideran ya como de la casa. Pero, como de la Guadalupe sale el anexo que debe conducir a sus destinos a los pasajeros para Cayena y en este punto serГan sujetados a cuarentena, se evita el contacto en su obsequio. Este aislamiento no impide – lo que me hace sonreГr sobre la eficacia de las cuarentenas en todas partes del mundo – que nos proveamos de vГveres en abundancia, especialmente de frutas. Vuelvo a ver el sabroso aguacate, que los franceses llaman avocat, los peruanos palta, que varГa de denominaciГіn en cada estado de Colombia y que Humboldt llamГі tan exactamente manteca vegetal. Aparece la chirimoya, el clГЎsico fruto tropical, con su gusto a pomada, y el mango indigesto, que trasciende desde lejos a esencia de trementina. Los miramos con ojos ГЎvidos, porque el calor incita, pero la prudencia vence y absteniГ©ndonos, nos evitamos una fiebre segura.
Por la tarde levamos anclas nuevamente, y dos horas despuГ©s nos detenemos en Basse-Terre, en el costado opuesto de la isla. El aspecto es menos brillante que el de la Pointe-Г -Pitre, y tampoco nos es posible bajar a tierra. Al caer la noche continuamos viaje, y al alba tocamos por breves momentos en Saint-Pierre, la capital comercial de la Martinica, como Fort-de-France es su capital polГtica. Apenas clareaba, seguimos la marcha, de manera que me serГa imposible dar la menor idea de ese puerto, que aseguran ofrece un bellГsimo cuadro a la mirada.
Por fin, henos en Fort-de-France, el antiguo Port-Royal, el teatro de tantas y tenaces luchas entre ingleses y franceses, la patria de la dulce Josefina Beauharnais, cuya estatua, en el lascivo traje del Directorio, se levanta en la plaza; he ahГ el punto donde pasГі su juventud aquella mademoiselle d'AubignГ©, que debГa casarse en primeras nupcias con un rimador paralГtico y mendicante y en segundas con un seГ±or BorbГіn, que reinГі sesenta aГ±os en Francia bajo el nombre de Luis XIV.
De un lado de la bahГa, el viejo fuerte Real, grave aun con el equГvoco reflejo de su importancia pasada, pues rara vez consiguiГі detener los desembarcos ingleses. Del otro, inmensos depГіsitos de carbГіn. AtrГЎs, montaГ±as ГЎridas y tristes. Es del otro lado de la isla, en la tierra alta, donde se vuelven a ver los extensos cafetales y las llanuras verdeadas por la robusta caГ±a de azГєcar. AllГ la naturaleza es tan bella como fecunda y sustenta la reputaciГіn admirable de la soberbia Antilla francesa.
Los pasajeros para las Guayanas nos han dejado ya, y estamos en completa libertad para bajar o no a tierra. Preguntamos si hay fiebre, deseando secretamente una respuesta negativa; pero, a pesar de cerciorarnos de que la enfermedad fatal reina en Fort-de-France, nos resolvemos a descender, persuadidos de que el buque, inmГіvil y pegado a tierra, bajo un calor de 37В°, no es el refugio mГЎs seguro para evitar el contagio. El nuevo gobernador ha bajado pomposamente hace dos horas.
No olvidarГ© nunca el aspecto de la plaza, la sabane, como allГ le llaman, en el momento que penetramos en ella, despuГ©s de ascender una ligera cuesta. Toda la poblaciГіn baja, el soberano pueblo, estГЎ reunido, con motivo de la recepciГіn del gobernador, que en ese momento pasaba en un landГі, vestido de toda etiqueta, con un funcionario negro como las penas a su lado, y otro no mГЎs rubio al frente. ВЎCГіmo comprendГ aquella mirada que me dirigiГі, aquel saludo cortГ©s, pero tan impregnado de profunda desolaciГіn! Me saquГ© el sombrero y saludГ© con respeto a aquel mГЎrtir, que salГa de los salones de ParГs, para ir a reinar sobre la isla tropical.
Las fantasГas mГЎs atrevidas de Goya, las audacias coloristas de Fortuny o de DГaz, no podrГan dar una idea de aquel curiosГsimo cuadro. El joven pintor venezolano, que iba conmigo, se cubrГa con frecuencia los ojos y me sostenГa que no podrГa recuperar por mucho tiempo la percepciГіn dei rapporti, esto es, de las medias tintas y las gradaciones insensibles de la luz, por el deslumbramiento de aquella brutal crudeza. HabГa en la plaza unas quinientas negras, casi todas jГіvenes, vestidas con trajes de percal de los colores mГЎs chillones: rojos, rosados, blancos. Todas escotadas y con los robustos brazos al aire; los talles, fijados debajo del ГЎxila y oprimiendo el saliente pecho, recordaban el aspecto de las merveilleuses del Directorio. La cabeza cubierta con un paГ±uelo de seda, cuyas dos puntas, traГdas sobre la frente, formaban como dos pequeГ±os cuernos. Esos paГ±uelos eran precisamente los que herГan los ojos; todos eran de diversos colores, pero predominando siempre aquel rojo lacre ardiente, mГЎs intenso aГєn que el llamado en Europa lava del Vesubio; luego, un amarillo rugiente, un violeta tornasolado, ВЎquГ© sГ© yo! En las orejas, unas gruesas arracadas de oro, en forma de tubos de Гіrgano, que caen hasta la mitad de la mejilla. Los vestidos de larga cola y cortos por delante, dejando ver los pies… siempre desnudos. Puedo asegurar que, a pesar de la distancia que separa ese tipo de nuestro ideal estГ©tico, no podГa menos de detenerme por momentos a contemplar la elegancia nativa, el andar gracioso y salvaje de las negras martiniqueГ±as. Pero cuando esas condiciones sobresalen realmente, es cuando se las ve despojadas de sus lujos y cubiertas con el corto y sucio traje del trabajo, balancearse sobre la tabla que une al buque con la tierra, bajo el peso de la enorme canasta de carbГіn que traen en la cabeza… Una noche de las que permanecimos en Fort-de-France, encontrГ© mi lecho en el hotel tan inhabitable o tan habitado, que me vestГ en silencio, ganГ© la calle, y a riesgo de perderme, me puse en camino hacia el vapor. Declaro que hay que resistir menos asaltos desde la porte Saint-Martin hasta la Avenida de la Opera, a las 11 de la noche en los bulevares de ParГs, o de 11 a 12 en la vereda del CritГ©rium en Londres, que en aquella marcha incierta bajo una noche oscura. Las hurГs africanas se suceden unas a otras y en un francГ©s imposible, grotesco, os invitan a pasar el puente del Sirat; basta, para no sucumbir, recordar el procedimiento de Ulises y taparse, no ya los oГdos, sino las narices, lo que es mГЎs eficaz. Pululan, salen de todas partes, hasta que es necesario apartarlas con violencia. Por fin lleguГ© a bordo, guiado por una luz elГ©ctrica, colocada sobre el puente… AsГ que subГ, el oficial de guardia me llamГі y me mostrГі el cuadro mГЎs original que es posible concebir. Al pie del buque y sobre la ribera, hormigueaba una muchedumbre confusa y negra, iluminada por las ondas del fanal elГ©ctrico. Eran mujeres que traГan carbГіn a bordo, trepando sobre una plancha inclinada las que venГan cargadas, mientras las que habГan depositado su carga, descendГan por otra tabla contigua, haciendo el efecto de esas interminables filas de hormigas que se cruzan en silencio. Pero aquГ todas cantaban el mismo canto plaГ±idero, ГЎspero, de melodГa entrecortada. En tierra, sentado sobre un trozo de carbГіn, un negro viejo, sobre cuyo rostro en Г©xtasis caГa un rayo de luz, movГa la cabeza, como en un deleite indecible, mientras batГa, con ambas manos y de una manera vertiginosa, el parche de un tambor que oprimГa entre las piernas colocadas horizontalmente. Era un redoble permanente, monГіtono, idГ©ntico, a cuyo compГЎs se trabajaba. Aquel hombre, retorciГ©ndose de placer, insensible al cansancio, me pareciГі loco. В«Es simplemente un empleado de la compaГ±Гa, a sueldo como cualquiera de nosotros; – me dijo el joven oficial – hace cuatro horas que estГЎ tocando y tocarГЎ hasta el alba con brevГsimos momentos de reposo. Una vez quisimos suprimirlo; pero cuando llegГі el dГa, no se habГa hecho la mitad de la faena de costumbre. Por otra parte, usted mismo ya a advertirloВ». LlamГі a un marinero, le dio una orden, y Г©ste descendiГі en direcciГіn al negro del tambor. «¿Ve usted el movimiento, el entusiasmo con que todas esas negras trabajan? Mire aquella especialmente; tiene 18 aГ±os y pasa, no sГіlo por una de las mГЎs bellas, sino de las mГЎs altivas y pendencieras. VГ©ala usted mecer las caderas lascivamente mientras sube; ha bebido un poco de cacholГ
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notes
1
VГ©ase primera serie, tomo III, pГЎg. 350-377.
2
VГ©ase primera serie, tomo IV, pГЎg. 225-290.
3
VГ©ase primera serie, tomo VI, pГЎg. 161-181.
4
La generosa tentativa de Carlos III y sus ministros en el sentido de dotar a la AmГ©rica de instituciones que favorecieran su desenvolvimiento, desapareciГі con la muerte del ilustre monarca. Bajo Carlos IV, la AmГ©rica y la EspaГ±a misma habГan vuelto a caer en la tristГsima situaciГіn en que se encontraban bajo el reinado del Гєltimo de los Hapsburgos. El Dr. D. Vicente F. LГіpez, en su magistral introducciГіn a la "Historia Argentina" nos ha sabido trazar un cuadro brillante de la elevada polГtica de Aranda y Florida-Blanca bajo Carlos III; pero Г©l mismo se ha encargado de probarnos, con su incontestable autoridad, que las leyes que nos regГan eran simples mecanismos administrativos, cuya acciГіn se concretaba a las ciudades, cuando no eran abortos impracticables, como la famosa "Ordenanza de Intendentes", cuyos ensayos de aplicaciГіn fueron un desastre. No es mi ГЎnimo, ni lo fue nunca, vilipendiar a la EspaГ±a, que nos dio lo que podГa darnos. El "motГn de Esquilache", que es una pГЎgina de la historia de Rusia bajo Pedro el Grande, nos da la nota del estado intelectual del pueblo espaГ±ol a fines del siglo pasado. Puede juzgarse cuГЎl serГa el de la mГЎs humilde de las colonias americanas.
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